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2013-03-13
 

El retorno de los ídolos, con Michel Maffesoli

 
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<div align=\"justify\">Con motivo del centenario de las primeras excavaciones arqueol&oacute;gicas en San Agust&iacute;n, el soci&oacute;logo franc&eacute;s, Michel Maffesoli, dio un ciclo de conferencias en el pa&iacute;s. Hablamos con &eacute;l.<br /></div><br />

Por: Camilo Gómez Gaviria

“¿Quién eres?” le preguntó una joven estudiante al profesor de traje, corbatín y cabellos canos que se encontraba sentado tras una mesa en el escenario. Michel Maffesoli, sociólogo francés y profesor de la Sorbona, había acabado de dictar la conferencia Ciberespacio y comunicación simbólica en un auditorio de más de 600 personas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá. Sin embargo, no pareció incomodarse con la pregunta. “Alguien poco importante” contestó entre las risas tímidas de los asistentes, antes de definirse a sí mismo como un “parlante” de lo que se vive y una persona que plantea problemas. “De ahí en adelante, desenvuélvase”.
 
Maffesoli es director del Centro de Estudios sobre lo Actual y lo Cotidiano, en París, y el Centro de Investigaciones sobre lo Imaginario en Grenoble. Su discurso gira alrededor de la postmodernidad, que define como “la sinergia de lo arcaico y del desarrollo tecnológico”, e incluye reflexiones sobre nuestros intercambios en el ciberespacio y la metáfora de “tribu” en los vínculos interpersonales.

Fue invitado a Colombia por la Maestría en Publicidad, el Departamento de Humanidades de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia – ICANH, organismo adscrito al Ministerio de Cultura. La semana pasada realizó el ciclo de conferencias El retorno de los ídolos: de lo arcaico a lo contemporáneo, presentándose en la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá, la Universidad Surcolombiana de Neiva, y el auditorio del Hotel Yuma de San Agustín, Huila.   

Durante una de sus charlas, usted se refirió a los intercambios que tienen lugar en Internet y dijo que la mayoría se basan en las emociones y en lo superfluo. ¿Hay lugar para la discusión sobre el postmodernismo en este medio?

Dije a manera de provocación que había muchas discusiones frívolas, pero también encontramos formas de discusión filosófica, religiosa… hay grandes debates. Yo, por ejemplo, me intereso en la ciencia de las religiones y encuentro que hay debates teológicos importantes. Seamos claros: Internet es, como decimos en francés, “para lo mejor y para lo peor”. Significa que hay cosas realmente interesantes y otras que son ridículas. El problema es que siempre destacamos lo ridículo y de esto hay mucho. Por ejemplo, cuando vemos un artículo de prensa y leemos los comentarios, casi siempre son tontos y de una gran debilidad. Pero al mismo tiempo hay debates de fondo, filosóficos, religiosos, teológicos, sociológicos… así que encontramos ambas cosas. 

Un ejemplo me viene a la mente: se le han hecho muchas críticas a Wikipedia, la enciclopedia participativa. Pero hubo un estudio en París en el Instituto de Estudios Políticos hace tres o cuatro años, que mostraba que en la Enciclopedia Universalis, una gran enciclopedia clásica en la que yo escribí y eran eruditos los que escribían, había 30% de errores. ¡En Wikipedia también! Interesante constatar que en una enciclopedia hecha por académicos había errores y en Wikipedia la tasa de errores era la misma.

Durante su estadía en Colombia usted dio una conferencia en San Agustín. Luego, en su última charla en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, mencionó las estatuas, con un comentario en el orden de que “el infierno está cerca del paraíso”. ¿Qué podemos aprender como sociedad postmoderna de estas estatuas?

Sobre las estatuas como tal, debo ser prudente. He leído estudios de colombianos eruditos en este tema. No soy arqueólogo, así que debe tomar mi reacción como la de un hombre honesto que observa algo, pues no soy un sabio en ese campo.

Antes de responder, de manera general, una de mis hipótesis actuales sobre el análisis de la postmodernidad es que vamos a comprenderla bien si entendemos ciertos factores de la pre-modernidad: lo que llamo las “raíces”. En el fondo, habíamos olvidado con nuestro progresismo que teníamos raíces en alguna parte.

En San Agustín es igual. Nos recuerda que hay elementos en el país que permanecen arraigados y que se cristalizan en las estatuas y que de cierta manera debieron dejar rastros en el sustrato, en el fundamento.

Ahora, las sociedades pre-modernas no hacían una distinción estricta entre el bien y el mal, pero mostraban que somos una mezcla de los dos. Que el “animal humano” también era animal, para decirlo de alguna manera. Esto se manifiesta en las estatuas, por ejemplo, cuando vemos que los sexos se ponen en evidencia. Muestran que en el fondo, eso forma parte de nosotros. Se trata de un ejemplo, entre muchos otros.

En San Agustín usted dio una conferencia para un público que no era académico ni universitario. ¿Existe hoy día una separación muy grande entre el discurso académico y lo que se plantea en otros lugares, como en blogs, etc.?

Pronto publicaré en Francia un libro sobre el tema. Hay un verdadero desfase que existe entre la intelligenzia —no sólo los académicos, sino políticos, periodistas, etc., pero particularmente los académicos— y es que se han acostumbrado a sostener un discurso cada vez más abstracto, alejado de la realidad e incomprensible. No es la primera vez. Ya Aristófanes se burlaba en su pieza Las nubes del filósofo que de tanto estar en las nubes se cae en el pozo, pues no lo ve. Y hay cantidad de otros momentos en que justamente hay esa especie de desconexión entre el pensamiento y la realidad. Entonces, se trata de un verdadero problema.    
   
Mi posición —y el ejemplo de San Agustín me interesó mucho— era ver si podía decir con mi lenguaje, cosas que correspondieran a personas que no fuesen académicos universitarios. ¡El caso fue interesante para mí, y tengo la impresión de que funcionó bien! Los comentarios que obtuve, también me dieron esa impresión.

Usted mencionó con frecuencia en sus charlas el proverbio “qui perd, gagne” (quien pierde, gana). ¿Qué significa en el contexto de hoy?

Es un proverbio francés con el que pretendía mostrar que ya no podemos quedarnos con una vida economicista del mundo. Es decir, protegerse: proteger su dinero, proteger su pequeño patrimonio, proteger de cierta manera lo que ha constituido el encerramiento de la mezquindad burguesa, de la vida burguesa, en resumen. Y que cada vez más, hay en las prácticas juveniles nuevas formas de generosidad, de apertura, de entreayuda y de solidaridad: si no tienes trabajo, te ayudo; si no tienes dónde quedarte, te ayudo. Con interacciones “à charge de revanche” (hoy por mí, mañana por ti) como se dice. Y es en ese sentido que decía que no podemos quedarnos con una concepción demasiado estrecha de la economía.

El voluntariado en Francia, por ejemplo: cómo los jóvenes, cada vez más, pierden dos años de su tiempo y en lugar de entrar a la carrera profesional, van a las ONG, a hacer trabajo solidario en África… es perder el tiempo, es perder dos años. Pero se dan cuenta de que esa pérdida de dos años les otorga una riqueza humana mucho más fuerte. Por eso yo digo, “quien pierde, gana”. Es, no quedarse en una concepción cuantitativa del mundo, sino darse cuenta de que el hecho de perder dos años —ocupándome de los pobres, de los enfermos, etc.— me da una riqueza mucho más grande. Eso es a lo que me refiero.


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