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2013-04-05
 

Una máquina que escribe líneas de plomo

 
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<div align=\"justify\">En la hacienda Yerbabuena, al norte de Bogot&aacute;, se encuentra la Imprenta Patri&oacute;tica del Instituto Caro y Cuervo. Tradicionalmente, esta imprenta tipogr&aacute;fica ha producido los textos de este centro colombiano de estudios e investigaci&oacute;n de la lengua.<br /></div><br />

Por: Camilo Gómez Gaviria

El linotipo, con su mecanismo en movimiento, es como un enorme motor encendido. Las matrices, cada una con su letra, caen de los magazines cuando el linotipista digita en el teclado. A través de la línea que se forma, la máquina inyecta una aleación de plomo fundido para producir los lingotes de texto. Sobre el sonido constante del riel que devuelve las matrices a sus respectivos magazines se escucha un tintineo como de una lluvia de gotas doradas. Es una máquina de escribir en plomo.

Descendiente directo de la imprenta de Gutenberg e hijo de la segunda revolución industrial, ya no utiliza los tipos móviles. Tal fue la importancia de la innovación del relojero Mergenthaler, alemán emigrado a Estados Unidos a finales del siglo XIX, que su invento se siguió utilizando durante casi un siglo hasta la década de 1970. Relegado en el mundo al ámbito de los museos, existe no obstante un taller de impresión en Colombia en donde el linotipo continúa reinando como un viejo monarca exilado: se trata de la Imprenta Patriótica, en la hacienda Yerbabuena en Chía.

El Instituto Caro y Cuervo —importante centro de investigación conocido mundialmente por haber completado el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, obra monumental e inconclusa del filólogo Rufino José Cuervo— fundó la Imprenta Patriótica en 1960 en la hacienda de la sabana de Bogotá que antiguamente perteneció al presidente José Manuel Marroquín. Con la creciente demanda en impresión y el consiguiente aumento en la cantidad de maquinaria, la Imprenta Patriótica creció hasta pasar a ocupar el galpón en forma de ‘L’ donde aún hoy se realizan todos los procesos manuales de la fabricación de un libro. Desde su inauguración, la Imprenta Patriótica es donde tradicionalmente se imprimen las publicaciones del  Instituto Caro y Cuervo.
 
Al ingresar al taller, el linotipo hace pensar en una versión más pequeña de la máquina en cuyo interior Charlie Chaplin se enreda y da vueltas en la película Tiempos Modernos. Dado que no es usual encontrar talleres que utilicen aún este sistema de producir libros, las edades de los operarios son las de personas cercanas a la jubilación. De hecho, en todas las etapas de un proceso manual en el que cada operario juega un papel indispensable, sorprende la ausencia de personal joven.

“Para ser linotipista no sirve cualquiera” dice José Eduardo Jiménez, quien trabajó en Yerbabuena desde 1962 hasta su reciente jubilación y donde se desempeñó sucesivamente como armador, linotipista y jefe de imprenta. “Se necesita mucha concentración, mucho conocimiento y la atención que merece manejar seis o siete procesos que están operando al tiempo ahí. ¡Son cinco sentidos! El oído, el olfato mismo —por si se está quemando algo, porque eso tiene fundición— la vista, la habilidad manual para un teclado, y lo demás, que son requisitos que no tiene todo el mundo, aunque quiera”. Sin embargo, esa no es la única razón por la que hoy es difícil encontrar un linotipista. “Ahora no hay mercado laboral, entonces nadie querrá ir a aprender una cosa para la que no va a encontrar escenario para trabajar”, dice este técnico en artes gráficas que trabajó en la Imprenta Patriótica durante casi medio siglo. 

Jiménez se formó en las Escuelas Técnico-profesionales Salesianas de donde se graduó en 1959. Todavía siendo menor de edad, su primer trabajo fue en la imprenta del vicariato apostólico de Florencia, Caquetá. Luego regresó a Bogotá, donde se desempeñó como profesor hasta su ingreso en 1962 a la Imprenta Patriótica. Ahí desarrolló el resto de su carrera profesional.
 
“Fueron años muy intensos que ahora no se entienden, por lo intensos que fueron” dice. Cuando él llegó, había unas pocas máquinas y operarios. Ahora, hay alrededor de treinta y dos aparatos, incluyendo seis linotipos. El director del instituto que fundó la imprenta, José Manuel Rivas Sacconi, llegaba a Yerbabuena a las 5:00 p.m. y trabajaba de noche. Por esto, cuenta Jiménez que su jornada comenzaba a las 8 a.m. con todo el personal del taller y terminaba a la media noche. “Más que trabajo, fue una entrega y un apostolado total a la causa del Caro y Cuervo en que no era yo sólo sino un grupo de personas que lo hacían” dice. “Florecieron por esa época, realmente, vocaciones, y se llegó a decir con mucha propiedad que en el Caro y Cuervo no daban puestos sino trincheras”. Este ritmo lo vivió durante unos veinte años hasta el retiro de Rivas Sacconi, aunque después no disminuyó el trabajo, pues los encargos para la imprenta eran, a decir de Jiménez, “frecuentes y apremiantes”.

Hoy, la Imprenta Patriótica —cuyo nombre es un homenaje a la del prócer Antonio Nariño, difusor de ideas revolucionarias— parece, al igual que la antigua casa de Yerbabuena, un monumento de tiempos pasados. Con sus máquinas que escriben en plomo, su imprenta tipográfica y encuadernación manual, es un museo vivo de procedimientos de impresión que hoy son casi imposibles de encontrar en otros talleres.

Anteriormente, había una persona que prendía las máquinas por la mañana y ponía a derretir un trozo grueso y largo de metal en el crisol de los linotipos. Ahora son los mismos linotipistas quienes lo hacen. La cadena de producción empieza cuando culmina el trabajo editorial y el texto llega a manos de estos operarios. En el taller, es desde el teclado que manejan, y gracias al plomo fundido, que comienza la gestación del objeto ‘libro’.

Los lingotes que salen en galeras del linotipo, pasan a la armada donde otro operario comienza a construir con ellos la página. Se usan barritas delgadas para los espacios entre párrafo y párrafo, se justifica y se amarra el marco con una cuerda para que queden fijos todos los elementos que la contienen y luego van a impresión.

El galpón es de techo alto, luminoso y ventilado. No se sienten olores de ningún tipo en este ambiente amplio. Las características del espacio son necesarias para evitar la enfermedad profesional que de otra manera puede producir el metal que se funde en los crisoles: saturnismo, o envenenamiento con plomo.
  
Encima de las máquinas del galpón hay un ventanal que da a una oficina. Desde ella se puede ver, como desde un mirador, el proceso de levantamiento e impresión que se desarrolla en la imprenta. Es la oficina de Julio Paredes, director editorial del Instituto Caro y Cuervo. “La producción de un sello editorial no puede estar vinculada a la producción de impresión. Son dos negocios distintos, son dos escenarios distintos. Es decir, una cosa es tener un sello editorial, otra cosa es tener una imprenta, y la imprenta es simplemente uno de los pasos de la producción de los libros”, dice.

Paredes, quien también es escritor, llegó al instituto hace casi dos años. Inicialmente lo invitaron a hacer un diagnóstico desde una perspectiva editorial sobre las publicaciones del Caro y Cuervo. Desde entonces, planteó la necesidad de pensar en un sello editorial académico que haga una oferta de un catálogo contemporáneo, pertinente para estudiosos e investigadores. Para cumplir con este plan de publicaciones, parte de la producción tendría que comenzarse a imprimir por fuera del Instituto.

Una de las máquinas que se ven desde el ventanal de la oficina es una plano cilíndrica de marca Original Heidelberg Cylinder. Las páginas de plomo que se alinean en el galpón se colocan sobre una bandeja en la parte delantera de esta impresora. Ocho páginas armadas, equivalentes a medio pliego entran en ella y reciben la tinta; luego, un sistema de rodillos de metal y de caucho introduce el papel que entra en contacto directo con los lingotes de plomo. A diferencia de la litografía, el sistema no utiliza agua además de la tinta, pues se trata de impresión por imposición. “La impresión tipográfica es el machucón del papel sobre el lingote. No la impresión moderna que es un contacto indirecto” dice Jiménez.

Contrariamente a lo que se podría pensar, en un pliego las páginas no van en orden consecutivo una junto a la otra. Cada pliego de papel va impreso por ambos lados y forma un cuadernillo al plegarse. Por este motivo, al mirar las páginas que hay en una de las caras del pliego, pareciera que estas estuvieran en desorden. Sin embargo, con tres rápidos dobleces de la máquina plegadora quedan en el orden requerido.

El último procedimiento es el de la encuadernación. Esta puede ser sólida, con materiales como el cuero y la percalina cuando se trata de ediciones finas, o en el caso de la restauración de libros antiguos de la biblioteca Rivas Sacconi en Yerbabuena. Sin embargo, la encuadernación que más se practica en el taller es la que llaman rústica con carátulas blandas en cartulina impresa.

“La Imprenta Patriótica también forma parte de los museos del Instituto Caro y Cuervo. Es decir, tiene esa naturaleza doble, no solamente de producción editorial de libros” dice Julio Paredes.

En ocasiones son las mismas encuadernadoras las que doblan los pliegos con sus plegaderas manuales. Organizan los cuadernillos fijándose en la mancha que cada uno tiene en el lomo. Cuando están en orden, la línea que forman las manchas les indica si falta alguno. Así, los pasan a la cosedora, una máquina pequeña que parece emparentada a un telar mecánico. A medida que se van echando los cuadernillos, la máquina los va cosiendo con un traqueteo acompasado hasta que el libro queda completo. Después de refilarlo en la guillotina por cabeza y pata, se le echa colbón al lomo y se le pega la carátula de cartulina. El último corte es de frente, luego de que se le ha pegado la carátula.

Jiménez opina que esta imprenta tiene futuro como laboratorio pedagógico: “una manera de que la gente, mirando sus orígenes, entienda su presente y vislumbre su futuro”. Además, dice que en los últimos años ha habido una gran cantidad de estudiantes universitarios de carreras como artes gráficas y comunicación, que han ido a visitar la imprenta.

Los libros producidos por la Imprenta Patriótica vienen a parar a la Librería Yerbabuena en pleno centro de Bogotá junto a la casa del Instituto Caro y Cuervo que antes perteneciera al sabio filólogo que quiso escribir un diccionario. El plan de publicaciones 2012-2014, no sólo ofrece nuevos títulos que van integrando sus anaqueles. También le otorga un renovado dinamismo a esta parte del quehacer del instituto: la de publicar libros.

El plan incluye novedades, reimpresiones, coediciones y traducciones. En el 2012 se imprimieron algunos de estos en Yerbabuena, como Epistolario de Ángel y Rufino José Cuervo con Rafael Pombo  (edición, introducción y notas de Mario Germán Romero) Borges,…¿Filósofo? de Andrés Lema-Hincapié y Enseñanza-aprendizaje del español como lengua extranjera de María del Rosario Uribe Mallarino, entre otros títulos que esperan tener este año en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Dice Paredes que esta vez, la Imprenta Patriótica va a tener por lo menos seis o siete libros entre reimpresiones y libros nuevos. “Es lo que hemos estado haciendo durante el último año. Pero paralelo a eso, también estamos haciendo impresión en litografía, estamos tratando de imprimir por fuera, hacer un contrato interinstitucional para imprimir y poder cumplir con las coediciones y los contratos y los convenios que hacemos con otras instituciones”.


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