Durante ocho
noches, las canciones interpretadas por la cantaora retumbaron en las calles de
Palenque, mientras mujeres y hombres bailaban sin parar alrededor del altar
puesto en su casa adornado con un paño blanco, cintas moradas y negras, flores,
fotografías de la difunta, las imágenes de la virgen del Carmen a la derecha,
el Sagrado Corazón de Jesús en el medio y San Martín de Loba a la Izquierda y
los instrumentos con los que hizo vibrar a más de un colombiano.
Pero llega la
novena noche, la noche en la que se le da el último adiós al ser querido que ha
dejado este mundo terrenal, se canta y se baila mucho más que los días
anteriores y se reúnen todos los parientes y amigos. Hoy la brisa se esconde en
las esquinas del primer pueblo libre de América, de las calles que vieron
correr y crecer a Graciela cantando y bailando para continuar con la dinastía de su padre y abuelo, los Batata;
una mujer que sostuvo y mantuvo sobre sus espaldas la despedida de los muertos,
la tradición del canto y rito mortuorio del Lumbalú, el mismo que ahora la
despide.
En esta última
noche solo hay una calle en la que todos quieren estar, es allí donde se
encuentra la casa de la cantaora, una casa en la que la puerta siempre estuvo
abierta y en la que sonaban canciones como La
cosita aquella que dice “Así, así, así, ahora, ahora, ahora, los hombres se
están muriendo por la cosita de la señora” o Me duele “Mamá me duele, mama de
duele, me duele la cabeza”, canciones aún no han dejado de sonar.
Mientras en la
calle de tierra color arena, donde quedan marcados los pies de los caminantes
se proyecta un documental de Graciela, dentro de la casa de puertas y ventanas
de madera, donde la pared de la entrada es entre verde y azul y la entrada a
las habitaciones tienen una tela con colores verde, rosa y blanco, algunos
entran, otros salen, pero todos saludan a sus hijas, hijos y nietos, entre
ellos se encuentra Emelina una de sus hijas, más conocida como la Burgo por quienes han escuchado su voz y
probado sus cocadas, en sus ojos se refleja tristeza y cansancio pero a pesar
de eso sigue pendiente de los que llegan y ocurre a su alrededor.
Para
mantenerse en pie toda la noche, la comida no puede faltar al igual que el
ñeque, licor tradicional de Palenque elaborado a base de panela, arroz, caña de
azúcar y maíz. La noche continúa su rumbo con los juegos tradicionales como la
perra y la culebra y a medida que pasan las horas, la Burgo derrama su llanto
mientras observa la fotografía de su mamá y no para de mencionarla.
Cuando
terminan los juegos que iniciaron la calle del barrio Tromcona, donde se
encuentra ubicada la casa de Graciela, los tambores, las maracas y llamadores están
listos para acompaña la voz del maestro Rafael Cassiani, quien interpreta
varias de sus canciones recordando a su amiga y colega mientras alrededor del
altar, otros bailaban en honor a esta gran mujer Graciela Salgado.
Son
aproximadamente las dos de mañana, los tambores paran por momentos y en la casa
solo se escuchan las voces de mujeres y hombres que hacen un canto mortuorio,
es el Lumbalú, que significa “Lu” colectivo y “mbalú” melancolía o recuerdos,
un ritual propio de San Basilio de Palenque que reúne la gente para despedir al
ser que falleció, acompañado por un canto que se realiza en palenquero que hace
una de las mujeres y las demás personas le responden “Elelo, elelele”, mientras
los pechiches dan sus tonadas que se van mezclando con el canto de Graciela, las
canciones interpretadas y compuestas por ella empiezan a sonar con más fuerza
una y otra vez mientras todos cantan, bailan sin parar al mismo tiempo que
lloran, dejándose llevar por su dolor de haber perdido a un ser querido.
Ya en la
madrugada, hombres y mujeres realizan un recorrido por las calles de Palenque,
recogiendo los pasos que hizo Graciela, las mujeres llevan pilones de arroz
encabezando la caravana mientras que los hombres a su lado llevan el ritmo al
compás del tambor mientras atrás, otras personas los siguen golpeando la tierra
con un palo entonando “El que la pilaba se murió, madre mía lloro yo”.
Después de
casi dos horas recorriendo los pasos, casi a las 5:00 a.m., las puertas del
cementerio se abrieron y allí entraron familiares y amigos de Graciela a darle
el último adiós, lleno de música y recuerdos pero sobre todo de un gran legado
cultural que seguirá retumbando en los corazones de quienes la conocieron. Las
calles del pueblo que la vieron nacer y ahora la ven partir para encontrarse
con sus ancestros.
Nos despedimos
de Graciela con lágrimas y sonrisas, bailando y cantando como le gustaba a ella
y dándole las gracias por la tradición de los Batata que aún no termina, el
turno es ahora para la Burgos, Teresa, Thomas, Lamparita y demás palenqueros
que lleva en la sangre el ritmo de los tambores.
Por Mónica Pulido Villamarín