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2014-05-20
 

Los hijos de Changó: la epopeya de la negritud en América

 
 
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Changó, el gran putas es una de las novelas más importantes de la narrativa colombiana. Aquí una mirada a la obra de Zapata Olivella, que fue publicada como prólogo en la edición que hace parte de la biblioteca de Literatura Afrocolombiana de MinCultura.

                                                                                             La marca de África

La presencia africana no puede reducirse a un fenómeno marginal de nuestra historia. Su fecundidad inunda todas las arterias y  nervios del nuevo hombre americano. Manuel Zapata Olivella  (La rebelión de los genes)



Una tarde frente a la bahía de Santa Marta, Manuel me contó que mientras escribía Changó, el gran putas, sintió la necesidad de ir al África, el punto de partida de esa diáspora brutal que empujó a millones de seres humanos como esclavos a las Américas. El proceso creativo le pedía ese viaje a la tierra de los ancestros, pues le urgía atar muchos cabos sueltos  sobre  la saga que venía investigando hacía más de 20 años para su novela. Allá empezaba la historia que se proponía recabar contra el olvido. Sus múltiples lecturas, sus andanzas por los universos  afroamericanos y el trato con los más destacados intelectuales y artistas negros del siglo XX ,  lo  llevaron a la profunda convicción de que en los horrores de la travesía trasatlántica venía incubada la resistencia, la lucha por la libertad y la solidaridad, circunstancias que los africanos enfrentaron con sus dioses y sus lenguas hasta donde les fue posible. Por eso decidió iniciar la novela con un poema épico – La tierra de los ancestros -  que da cuenta de los dioses tutelares de la religión yoruba y toda su cosmovisión. Esta es la concepción de mundo que ordena  toda la trama histórica de la novela y  el destino de los esclavos africanos que llegaron a América en los barcos negreros, según la explicación mítica,  por la maldición de Changó. Apuesta ambiciosa, pues este santoral del cual tan poco quedó en Colombia, a diferencia de países como Cuba, Haití o el Brasil, dificulta mucho la lectura de la novela para el lector no familiarizado . Lo que no ocurre,  por ejemplo, con  Cien años de soledad cuya compleja trama está construida sobre el gran código de la Biblia y la mitología greco-romana. Por supuesto, también con algunas de las tradiciones aborígenes y africanas que se entremezclaron con las europeas. En el caso de Manuel, su decisión lo llevó a reivindicar el mundo de los africanos en el nuevo continente desde lo más profundo de sus cosmovisiones, representación de la cual emerge una vigorosa épica y un fuerte sentimiento de malungaje , de solidaridad entre todo el movimiento afro-diaspórico llegado a las Américas.








La oportunidad de ir a la tierra de los ancestros se presentó en enero de 1974 con la invitación para  participar en el Coloquio La negritud y América Latina en Dakar, la capital de Senegal, convocado por su amigo el Presidente del país, el poeta y filósofo Léopold Sédar Senghor.  Los invitados al Coloquio fueron llevados por Senghor a visitar, al frente de Dakar, la pequeña isla de Goré, donde se conserva el  reducto amurallado de lo que fuera una fortaleza prisión en la cual eran recluidos los africanos cazados en los antiguos reinos del Níger, a la espera de los barcos negreros que los llevarían al “viaje de nunca retorno”.  Los Estados Africanos declararon la isla de Goré un monumento continental para conmemorar la partida de los millones de hijos de África hacia América.  En las calles de la ciudad, cuenta Manuel, al tañer de la kora, los grilots revivían en sus relatos los lamentos y cantos de los prisioneros despidiéndose para siempre de su África natal.  Esto lo llevó a pedirle al Presidente Senghor que lo dejara pasar una  noche  desnudo en una de las oscuras y sofocantes  bóvedas  de la fortaleza de la isla Goré. Se sentía un elegido por alguno de los orichas del panteón yoruba para cumplir el acto sacramental de padecer y rememorar allí, toda la noche, los suplicios sufridos por sus antepasados. Las razones que le dio al Presidente fueron conmovedoras: Llevo varios años escribiendo una novela sobre la epopeya de la negritud en América, la que se inicia precisamente aquí, en esta “Casa de los Muertos”. Quisiera pasar la noche desnudo sobre las piedras lacerantes, hundirme en las úlceras y los llantos de mis ancestros durante la larga espera de los barcos para ser conducidos a Cartagena de Indias, donde nací y donde preservamos su aliento y su memoria. Esta era la experiencia vital que le faltaba para darle solución poética al mundo que recrearía en la novela. El relato de lo sucedido habla por sí solo. Esa noche, sobre la roca, humedecido por la lluvia del mar, entre cangrejos, ratas, cucarachas y mosquitos, a la pálida luz de una alta y enrejada claraboya, luna de difuntos, ante mí desfilaron jóvenes, adultos, mujeres, niños, todos encadenados, silenciosos, para hundirse en las bodegas, el crujir de los dientes masticando los grillos. Las horas avanzaban sin estrellas que pusieran término a la oscuridad. Alguien, sonriente, los ojos relampagueantes, se desprendió de la fila y, acercándose, posó su mano encadenada sobre mi cabeza. Algo así como una lágrima rodó por su mejilla. ¡Tuve la inconmensurable e indefinible sensación de que mi más antiguo abuelo o abuela me había reconocido.    Esa noche resolvió, por esos misterios de la creación, toda la organización de su novela, imaginó un mundo que estaría tutelado por los dioses de sus ancestros africanos.


Por Darío Henao Restrepo

Vea ensayo completo y lea Changó, el Gran Putas aquí

 
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