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2014-05-20
 

Unas escaleras en forma de caracol

 
 
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La Escuela Taller de Buenaventura es uno de los más importantes proyectos culturales del Pacífico. Aquí la experiencia de unas de sus estudiantes, a la que la Escuela le cambió la vida.

 
Por Isabel Salas 
 
Desde que se acuerda, Kelly ha escuchado hablar de planos y maquetas. Sus cuadernos y pensamientos están repletos de líneas, columnas y esqueletos de edificios, parques y colegios. Esta joven bonaverense de 18 años es una de las 120 estudiantes que hoy acoge la Escuela Taller de Buenaventura, allí estudia construcción, lo que considera, es la base para ser una gran arquitecta.
 
Con su talento, Kelly ha sorprendido a su madre, a su padrastro, a sus 4 hermanos, a sus compañeros de clase y hasta a su profesora. “Siempre que hago un plano me preguntan ¿Esto lo hiciste vos? ¡Pero claro que lo que hice yo!”.
 
 
 
 
 
 
 
Ayudar a su tío en la elaboración de planos o deleitarse con la construcción de maquetas le ayudó a gestar en ella un inconmensurable aprecio por el diseño. Él, dice Kelly, es el mejor arquitecto del que ha tenido noticia y seguramente, hoy estaría más que orgulloso de ella. Pero el año pasado murió, lo asesinaron en una noche húmeda, de esas en las que parece que el calor propio del Puerto abrazara el mar y trajera a las calles de esta ciudad un aire denso, caliente y pegajoso. Una noche de esas en las que la música apaga el sonido de las olas y se apodera de las esquinas, en las que las balas, los gritos, la angustia y el miedo, tampoco se escuchan. Nadie vio, ni supo quienes lo mataron. Lo único que es claro, es que salió de la fiesta de cumpleaños de su hija y a unos metros de la casa, en la esquina, la muerte lo encontró.
Kelly dice que algunos creen que fue por robarlo, otros que fue “mandado a hacer”,  incluso se ha dicho que fue una equivocación. Sin embargo, a ella parece no importarle mucho cómo o por qué fue. Lo que realmente pone sus ojos vidriosos es recordar que ya no está, que lo asesinaron en una esquina, eso, solo eso, sin antecedentes ni razones, es lo que la llena de dolor.
 
Desde hace un mes y medio Kelly asiste a clases en la Escuela Taller de Buenaventura, este se ha convertido en su lugar favorito. Ha vuelto a los planos, a pensar en medidas y líneas, a retomar su sueño, ese que estaba perdido desde la muerte de su tío.
 
La Escuela Taller de Buenaventura, ubicada en la antigua estación del Ferrocarril, forma a nivel técnico a jóvenes víctimas de la violencia, del conflicto armado y en situación vulnerable. Los oficios enseñados son construcción, carpintería y cocina, cada uno centrado en una especialidad que ayuda a los jóvenes de la región no solo a encontrar opciones laborales sino también a acercarse a las tradiciones de su región. La Escuela Taller es para sus estudiantes oasis de encuentro, aprendizaje y creación.
 
Los ojos pequeños y alargados de Kelly se quedan fijos en el horizonte cada vez que habla de su sueño, de cómo aprender construcción le va a ayudar a conseguirlo. Una sonrisa fácil acompaña la cadencia suave y pegajosa de sus palabras: Quiere construir su propia casa, una casa de tres pisos.
 
 
 
 
Mientras describe los detalles de su futuro hogar juega con un lápiz, lo pasea por sus manos pequeñas, lo envuelve por los risos finos y estáticos que se desprenden del lazo azul tornasol que sujeta su cabello.  Luego, con una mirada firme y decidida dibuja en el aire algunos trazos, unos círculos imaginarios que van tomando forma de escalera en espiral, una de esas cosas que más le gustan de las construcciones en Buenaventura; Kelly quiere “unas escaleras de caracol que estén por fuera de la casa”, para entrar a cualquier de los tres pisos cada vez que regrese de trabajar. Aunque sabe, de ante mano, que el segundo nivel será su favorito.
 
Allí tendrá un gran balcón para relajarse, divisar el paisaje y recibir una dosis de inspiración, no solo por el cielo bonaverense que siempre sorprende: en un momento azul clarito, despejado y brillante, y al otro, oscuro, repleto de nubarrones grises. Sino también por las casas, calles, parques y lotes que divisaría. Construcciones, probablemente, del barrio Alfonso López Pumarejo en el que hoy vive, un lugar de contrastes, como la ciudad misma, en el que la alegría y la tristeza se encuentra y condensa en todos los rincones, en todas las historias.
 
“A veces se forman tropeles, por la mañana cuando salimos a estudiar, hay balaceras y cosas así. A veces estamos sentados, hablando…  y cuando menos pensamos la bala perdida”, cuenta Kelly. Sin embargo, estas no son razones para dejar de querer su barrio, para dejar de admirar los contrastes de su ciudad.  Por eso, la casa de sus sueños estaría allí, en esas calles que conoce, que a veces le dan miedo, pero que también le brindan incontables alegrías.
“En 10 años…. Me vería dando clase a personas que quisieran aprender construcción o arquitectura. Enseñándole a las personas que la vida  tiene muchas oportunidades, como la que se me presentó hoy en día con la Escuela Taller”.
 
Desde que asiste a la Escuela Taller, Kelly tiene la profunda certeza de que cada día es una oportunidad para aprender algo nuevo y que, como decía su tío, compartir los conocimientos puede transformar la vida de alguien más. Por eso, algún día quiere transmitir su saber a otros, inspirar a jóvenes para que como ella, elijan la ruta de la construcción, antes que la de la destrucción. 
 
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