Al hablar de arte abstracto en Colombia, hay un nombre que no se agota y cuya relevancia desafió los límites de lo que, hasta su momento, había sido conocido en el arte nacional: Eduardo Ramírez Villamizar. Su obra esculpió parte de la historia moderna del arte colombiano, marcando un hito en el vanguardismo en el país.
Ramírez Villamizar encontró una manera para dialogar entre distintos lenguajes artísticos que le eran afines, desafiando y redefiniendo la abstracción para convertirla en un testimonio vivo que combina formas con referentes culturales locales. Su ingenio y su espíritu trazaron una ruta novedosa en el panorama artístico colombiano, encapsulando la modernidad en obras atemporales. Hoy, dos décadas después de su fallecimiento, recordamos su legado y la transformación que vivió el arte a través de su visión.
A través de la mirada de Eduardo Ramírez Villamizar
A pesar de ser primordialmente reconocido por sus obras escultóricas, los primeros pasos del artista se dieron a través de la pintura, el dibujo y el expresionismo. En aquel momento, el arte colombiano se encontraba en un momento de rápida evolución. Los artistas buscaban nuevas formas de expresión que se diferenciaran del estilo costumbrista que, hasta el momento, había marcado la pauta de su desarrollo. Fue en ese contexto en el que un joven Ramírez abandonó sus estudios en arquitectura en 1943 y decidió explorar las artes plásticas influenciado por el francés Georges Rouault.
Poco después, en 1950, el artista viajó a París. El viaje fue crucial para el desarrollo posterior de su obra. Fue allí donde empezó a explorar el arte abstracto que después, de la mano con su formación arquitectónica, se transformó en el pilar de sus esculturas. La geometría se convirtió en un método de composición artística que, junto a su ingenio, capturó la esencia de la modernidad artística colombiana. El color, las líneas y las curvas marcaron el inicio de un nuevo modo de pintar que le permitía crear composiciones donde las formas eran protagonistas. Sin embargo, su exploración pictórica fue el preámbulo para el desarrollo de lo que lo haría eterno: la escultura.
“Fue un artista que dio un giro muy significativo a un lenguaje que en Colombia era absolutamente nuevo: la abstracción con fundamentos matemáticos y geométricos”, menciona Jaime Cerón, curador de arte del Museo Nacional. La realización de relieves, planos superpuestos y composiciones complejas se convirtió poco a poco en la especialidad de Ramírez Villamizar. Él podía contrastar planos, superficies y formas elaboradas sin perder el carácter sensible que lo acercaba al observador. Fue esa, de acuerdo a Cerón, la clave de su adaptabilidad. “Fue un artista que evolucionó alrededor de lo que sucedía. Se mantuvo muy vigente porque usaba el color de forma lingüística; el color y el material eran intérpretes de sentimientos”, confirma el curador.
La materialidad, un rasgo importante en la obra de Ramírez Villamizar, también lo hizo destacar de sus contemporáneos. A partir de madera y metales, sus elementos más representativos, logró construir esculturas que permitían alinear su interés arquitectónico con su amor por la abstracción. El espacio se convertía en un aliado que era cómplice de la rigidez de sus formas mientras la conjugaba con volúmenes sólidos y superficies que destacaban la precisión de sus creaciones. “El material le habla también al espectador”, continúa Cerón. “La escultura tiene el privilegio de hablar directamente con la corporalidad de la gente”.
Su memoria en el Salón Nacional de Artistas
En la escena artística colombiana, el Salón Nacional de Artistas ocupa un lugar central. El proyecto es uno de los más relevantes y antiguos del país y, desde 1940, se ha encargado de brindar una plataforma de difusión del arte. A lo largo de la década de los 40, se estimaba que participaban alrededor de 50 artistas en cada una de sus ediciones, teniendo únicamente como excepción el año 1943, en el que solo participaron 11. Poco a poco, el salón fue ganando relevancia, teniendo como ganadores a figuras como Enrique Grau, Edgar Negret, Pedro Alcántara, Fernando Botero y Eduardo Ramírez Villamizar. Para ese entonces, según Cerón, “era una plataforma muy significativa. Era una forma de catapultarse en el medio artístico”.
El Salón Nacional de Artistas se situaba como un espacio de encuentro entre artistas jóvenes. Daba la oportunidad de que los participantes obtuvieran un reconocimiento importante en su gremio mientras, a su vez, accedían a la esfera del arte moderno. Era un espacio que garantizaba la visibilidad entre pares y con sus audiencias. En dicho sentido, a lo largo de la trayectoria de Ramírez Villamizar, el Salón Nacional de Artistas jugó un rol relevante. El artista fue merecedor del primer lugar en dos ocasiones: en 1959, como pintor, y en 1966, como escultor. Su éxito se debía, de acuerdo con Cerón, a que “lograba que la geometría dura se enlazara con cosas locales que hacían que la gente sin formación en historia del arte pudiese también conectar con sus obras. Articulaba formas sofisticadas con conceptos más sencillos”.
A 20 años de su partida, el legado de Eduardo Ramírez Villamizar sigue vivo en los volúmenes y las formas que transformaron el arte moderno colombiano. Su habilidad para articular la geometría, la cultura y el espacio no solamente marcó la historia del arte nacional, sino que también abrió la puerta para la exploración de la abstracción en el país. Su obra, atemporal y moderna, continúa siendo parte de los paisajes locales e inspirando a nuevas generaciones de artistas.