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28-09-2023

4 momentos para recordar 'Nos movemos por la vida’

Nos movemos por la vida
 
 
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 Durante 'Nos movemos por la vida', este 27 de septiembre, se destacaron numerosos momentos caracterizados por su compromiso con la cultura de la paz.

  • ​Durante 'Nos movemos por la vida', este 27 de septiembre, se destacaron numerosos momentos caracterizados por su compromiso con la cultura de la paz.

Bogotá, 27 de septiembre de 2023 (@mincultura). Además de la asistencia de casi 40,000 personas en la Plaza de Bolívar de Bogotá para respaldar al Gobierno de Gustavo Petro y disfrutar de un animado concierto de artistas como Aterciopelados, La 33, La Pacifican Power, Rap Bang Club, Plu con Plá, Ácido Pantera, Raúl Numerao y Antonio Arnedo (Colectivo Colombia), entre otros, varias historias particulares capturaron la atención.

Como las del colectivo teatral Luz de Luna, de la localidad de Santa Fe, que protagoniza un emotivo acto performático con zancos, un símbolo de su apoyo al movimiento por la vida y la reforma de la Ley 1448.

Mientras tanto, Magdalena Ballesteros comparte su sabiduría sobre la majagua, el árbol de la vida, y cómo sus fibras tejen la paz y preservan las raíces culturales.

A su vez, comunidades indígenas se unieron en el Parque Tercer Milenio, promoviendo el amor, la armonía y el respeto por la diversidad en un espacio de reflexión sobre las realidades de los resguardos.

Finalmente, Saúl Miguel Torres, un arhuaco, clamó por la necesidad de reconocer el trabajo artesanal indígena y la importancia del diálogo y la cooperación para transformar las regiones afectadas por la violencia. 

Estas cuatro historias reflejan cultura y compromiso en el marco de 'Nos Movemos por la vida', donde el arte, la tradición y la búsqueda de la paz se entrelazaron durante el día en todo el país.

A zancadas por el cuidado de la vida

Nos movemos por la vida

El colectivo teatral Luz de Luna, de la localidad de Santa Fe, participó en la movilización por el cuidado de la vida con un acto performático que incluyó zancos.


Justo después de la llegada de la Guardia Indígena, tras los sonidos de una batucada de jóvenes, ocho artistas —poetas, bailarines, actores— vestidos con molas y subidos en zancos agolparon a varios de los asistentes en una de las esquinas de la Plaza de Bolívar. Era el colectivo teatral Luz de Luna, de la localidad de Santa Fe. Su intención: acompañar al movimiento por la vida, especialmente a la Unidad de Víctimas en la radicación de la reforma a la Ley 1448 de 2011, desde el arte y la cultura.

Lo que han hecho por cerca de 30 años en Bogotá, fue un símbolo este 27 de septiembre con un acto performático llamado Aves de paso, que crearon en pandemia. “No somos de aquí o de allá, simplemente somos. Cargamos penas y glorias, pero hoy queremos hablar de alegría, de felicidad, de gloria. Esta sensación de vida representada en diferentes máscaras es nuestra herencia, la que nos tocó y la que compartimos. Aprovechando la vida, fuerte les damos. Y cuando llegue la muerte: bienvenida sea”, declamaron mientras repartían flores amarillas, naranjas, violetas. La gente sonreía, se acercaba.

“Nuestra propuesta desde el teatro es poder contarle a nuestros públicos en los espacios públicos lo que pasa en nuestro país, en las regiones apartadas”, cuenta su director John Valero Coba, quien asumió la calle como un terreno fértil de creación, de mundos posibles.

Para él, el arte es necesario para la paz porque permite, como ocurrió esa mañana soleada, el acercamiento con el otro. “El arte nos vuelve más sensibles, nos permite acercarnos a la crudeza de la realidad de otra manera, reírnos de nuestra tragedia, reconocernos como seres humanos, como parte de una situación nacional desde la poesía, desde crear nuevas imágenes, para resignificar la vida”, dice.

El camino de Luz de Luna seguirá por los barrios de Bogotá, la ciudad que los vio crecer con puestas en escenas de denuncias a las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y que hoy se suma a un proceso de sanación conjunta.

El árbol de la vida​​

Nos movemos por la vida

La historia de una mujer que destaca cómo las fibras de la majagua son esenciales para tejer la paz y preservar las raíces culturales.


Es un árbol imponente. Hay que mirar bien hacia arriba para saber dónde está su punta, casi hasta unos 50 metros. Y sus usos pueden ser directamente proporcionales a su longitud: sus fibras sirven para crear artesanías y productos de madera. Su aceite sirve de materia prima para fabricar jabones y margarina. En otras palabras, abarca desde la preservación de tradiciones culturales hasta aplicaciones en la industria y la alimentación.

Magdalena Ballesteros, conocedora de estos gigantes arbóreos como pocas, llegó para compartir su sabiduría en este 27 de septiembre, como miembro destacada de la Asociación Sindical de Artesanos Productores de Atlántico (Asapra).

La encontramos en el Parque Nacional de Bogotá, parada y sosteniendo con orgullo una pancarta amarilla con la imagen de un árbol y el nombre de su gremio. Esta mujer, guiada por las raíces de su oficio, decidió embarcarse en un viaje de casi 500 kilómetros, desde Sabanalarga (Atlántico), para unirse a la Movilización por la Vida.

Su motivación se entrelaza con la preservación de conocimientos ancestrales, un pilar fundamental en la transformación social. En sus palabras, "esto es crucial, estar aquí y dar a conocer nuestra lucha es de gran relevancia”.

Magdalena, presidenta de Asapra, explica cómo en su municipio están reviviendo la actividad artesanal basada en la majagua, también conocida como ceiba petandra o árbol de la vida; un tesoro natural que forma parte fundamental de su tradición y que preserva la cultura de sus ancestros.

Este árbol crece en bosques tropicales, sabanas y zonas costeras. Representa un símbolo de vida y una conexión con lo sagrado en la cosmovisión de civilizaciones mesoamericanas como los mayas.

En Sabanalarga utilizan su corteza para extraer las fibras que han sido parte esencial de la creación de productos artesanales a lo largo de la historia, desde jáquimas para caballos hasta abarcas y cabuyas para el ganado.

Para Magdalena, estas fibras no solo son un testigo de la historia ancestral de su comunidad, sino también los hilos vitales que tejen la paz. Y lo explica de esta manera: "la paz se construye con el reconocimiento de nuestros antepasados y el respeto por nuestras raíces culturales y tradiciones".

Mientras se encamina hacia la Plaza de Bolívar, donde se reunirá nuevamente con la multitud, lleva consigo este tejido que se entrelaza con la historia y la cultura de su pueblo, como un hilo vital que recorre los rincones de nuestro país.

"Soy Nasa, soy india y dar amor da paz”​

Nos movemos por la vida

Comunidades indígenas promovieron el amor y la armonía en Bogotá durante la movilización "Nos movemos por la vida" en el Parque Tercer Milenio.


La imagen es siempre la misma: parecen racimos sobre pequeñas chivas que están a punto de desgajarse. No ocurrirá. Así viaja la minga indígena y esta vez, para la movilización Nos movemos por la vida, de este 27 de septiembre, no fue la excepción. Tras 14 horas de viajes, llegaron casi 15.000 indígenas al parque Tercer Milenio de Bogotá, muchos eran del Cauca.

Su agitación se sumó a la agitación cotidiana de Bogotá. Y una transformación asombrosa se produjo cuando diversos resguardos se congregaron en este lugar y lo reclamaron como propio, como su territorio durante dos días. Decidían quién tenía acceso y quién no, lo que generaba cierta incomodidad entre algunos habitantes de la ciudad que deseaban entrar a lo que consideran suyo.

Pero la pregunta recurrente “¿de qué resguardo eres?" servía como puerta de entrada a una minga que buscaba explorar el amor, la armonía y el respeto por la diversidad. Este fue un espacio para acercarse a las realidades de los resguardos, que han enfrentado tiempos difíciles, y que últimamente han vuelto a sentir el rigor de la violencia.

Entre los aromas de las preparaciones culinarias indígenas y el olor a chicharrón de San Victorino, entre los vibrantes colores de la Guardia Indígena y la diversidad de vestimenta en el Gran San, hablaban de recuperar el auténtico significado del amor.

Un llamado a rescatar el amor por los alimentos, los animales, la diversidad, la palabra, el territorio y los procesos. Por encima de todo, fundamental, recuperar el amor por la vida misma.

Un Mayor del pueblo Yanacona, una autoridad que se encontraba en la entrada del Parque Tercer Milenio, enfatizó la necesidad de reconocer que todos, sin excepción, son seres que sienten, y que este sentimiento está intrínsecamente ligado al amor. “Tan simple como que la comida que se prepara con amor nutre”, dijo.

A su vez, una líder del resguardo Toez del Cauca expresaba estos deseos con una convicción palpable: desde la protección de sus tradiciones, conocimientos y rituales espirituales, estas comunidades trazaban un camino hacia la armonía comunitaria, buscando poner fin a la violencia y anhelando una vida en paz.

"Soy Nasa, soy india y dar amor da paz. A los compañeros que nos brindan guerra, les decimos que no. Todos anhelamos la paz", dijo una indígena de El Peñón, municipio Sotará (Cauca), entre el manto de colores de la Guardia Indígena, presentes en bastones, pañuelos y tapabocas que simbolizan la sangre de los mayores y la naturaleza que los rodea. Una naturaleza que no quieren perder.​

Un clamor desde las artesanías

Nos movemos por la vida

Un arhuaco pide reconocer el trabajo artesanal de las comunidades indígenas, así como la necesidad de transformar las regiones históricamente afectadas por la violencia a través del diálogo y la cooperación.

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La mañana comenzó a sumar colores, sonidos y energía desde las nueve. Varios grupos de personas, portando pancartas, algunos con camisetas con las tonalidades del arcoíris, tambores y vuvuzelas, inundaron las calles del centro de Bogotá. Entusiasmo que se multiplicaba con megáfonos y parlantes potentes, pitos y arengas que resonaban en cada esquina.

A la sombra de un árbol en la esquina sur del Parque Nacional, dos hombres se refugiaban del intenso calor. Vestían pantalón o kursuno, una especie de manta cruzada para formar una túnica, y llevaban gorros cónicos, el atuendo tradicional de los indígenas arhuacos.

El mayor de los dos, Saúl Miguel Torres, mientras acomodaba las mochilas que llevaba cruzadas en el pecho, reflexionó sobre las movilizaciones y su significado: "Para mí, esto implica que el gobierno y todas las instituciones trabajen de la mano con los indígenas y artesanos en la búsqueda de la paz".

Según Torres, hombre alto, cincuentón y de bigote tupido, la auténtica transformación de las regiones que han sufrido históricamente la violencia solo puede lograrse mediante el diálogo y la cooperación comunitaria.

Su idea es que la garantía de dignidad, empleo y la preservación de los conocimientos tradicionales son elementos cruciales para convertir el anhelo de paz en una realidad, no solo en su lugar de origen en Pueblo Bello, César, sino en toda Colombia.

Es importante destacar que desde el año pasado se ha informado sobre la presencia de grupos armados en esta región, lo que ha generado inquietud y alarma.

Desde la perspectiva de la comunidad arhuaca, un gesto significativo de paz sería que todos los colombianos reconozcan y remuneren justamente los productos artesanales que tejen, que el comercio de artesanías ofrezca precios equitativos para mejorar las condiciones de vida y contribuir a un entorno más pacífico.

Saúl decide sumarse ya a la marcha que avanza por la Séptima, como otros ciudadanos de diversas regiones de Colombia, como Nariño, Cauca, La Guajira, Catatumbo, Amazonas y Putumayo. Y en medio de la agitación y el calor, a pesar de las diferencias, no dejó de hablar de un país donde la paz estuviera por encima de la violencia y la división.

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