A un mes de haberse firmado el Pacto Cultural por la Vida y la Paz en este municipio de Nariño, destacamos esta historia de mujeres que abren espacios dignos para las artes, las culturas y los saberes.
María del Pilar Quiñones, ‘Pilucha’, aprendió a aliñar pescado y a limpiarlo desde que tiene memoria. Su padre era comprador de mariscos y su madre, vendedora de peces. Eran épocas en las que las mujeres solamente secaban los pescados, pero con el paso de los años comenzaron a descamar y retirar las vísceras, de tal manera, que quedaran listos para el consumo humano.
Cuenta que este cambio se dio a raíz del conflicto armado: “como el hombre se fue a trabajar al campo y a los ríos, a la mujer le tocó suplirlo para desbuchar los pescados”. Si lo hacía un tercero debían pagarle y eso reducía sus ingresos, necesarios para alimentar a sus cinco hijos.
Pilucha trabaja hace cuatro años en la plaza de mercado y mariscos de Tumaco. Se siente muy orgullosa de su oficio, de sus orígenes y de sus compañeros.
Como casi todas las aliñadoras, ‘Pilucha’ trabaja en la plaza de mercado y mariscos de Tumaco, pertenece a la Asociación de Familias Aliñadoras Pioneras del Rendering (Asofalipre), una organización integrada principalmente por mujeres: ocho afrocolombianas y dos hombres, que nació hace casi dos años para seguir transformando su oficio.
Asofalipre nació a la par de la llegada de Daniela Portela, zootecnista, estudiante de la Maestría en Gestión y Desarrollo Rural de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL). Cuando ella arribó a Tumaco descubrió que las escamas y las vísceras eran lanzadas al río Rosario, frente a la galería. Lo que lamentó porque las aliñadoras podían aprovechar esos residuos para convertirlos en otros productos. Entonces, comenzó a trabajar con ellas y elaboraron gelatinas artesanales de escamas de pescado, con sabor a maracuyá, una fuente de colágeno.
Pescadores atravesando el río Rosario en lancha.
“Todas están alineadas con la soberanía alimentaria. Es interesante ver cómo ellas, desde su propia autonomía, le han dado el uso y un valor nuevo a todo lo que sale”, afirma Daniela.
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Las gelatinas, por ejemplo, podrían ser un alimento nutritivo para las niñas y los niños en los colegios: el colágeno fortalece el funcionamiento de las articulaciones, los músculos, los huesos y la piel.
Epifania aprendió a aliñar los pescados observando a su mamá y sueña con vivir dignamente de este oficio.
“Nosotros soñamos con tener más capacidad para preparar muchas gelatinas. Esperamos que lo que hacemos sirva para el futuro”, dice Epifania Montaño, la primera en pisar la entrada de la galería cada mañana. Desde las 6:30 a.m. entra con delantal y gorra hasta su puesto de trabajo, rodeado de neveras de icopor atiborradas de pescados, conchas, caracoles, camarones y diferentes mariscos debidamente empacados.
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En Asofalipre hay dos hombres que han participado con ellas desde el principio. Uno de ellos es Wilson Gómez, de El Charco, Nariño, que vive en Tumaco desde hace 25 años. Sabe cómo preparar la gelatina y su descripción es bastante rigurosa.
Wilson aliñando los pescados en la plaza de mercado y mariscos de Tumaco.
“Las escamas -explica- se raspan del pescado, muy aparte de las vísceras para que no se manchen. Luego se lavan con bicarbonato para que queden limpias, después se cocinan, se licúan, se ciernen, se mezclan con jugo de maracuyá y se le puede agregar vino blanco. Al final, se dejan en recipientes especiales y se congelan”. A diferencia de la gelatina convencional, esta toma consistencia en 10 minutos.
Este alimento fue la sensación en el Pacto Cultural por la Paz y por la Vida, que se firmó en Tumaco el 7 de octubre, donde el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes presentó 45 acciones que fortalecerán el sector artístico y cultural de la región pacífico nariñense, durante 2023 y 2024. Y así apoyar a comunidades que intentan superar las secuelas del conflicto.
Los creadores de la gelatina se sumaron al pacto y demostraron que la colectividad y la resiliencia son fundamentales para la construcción de la paz desde su cotidianeidad. Estas acciones también reafirman el poder de la resistencia en la generación de espacios dignos para las artes, las culturas y los saberes.
“Nosotros nos peleamos, pero al otro día ya estamos bien. Somos compañeros y me siento muy orgullosa de nuestra labor, de nuestras costumbres, lo que llueve aquí son puras bendiciones”, concluye ‘Pilucha’.