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2015-06-19
 

Antonio Ungar: un escritor en formación

 
Foto: Milton Ramírez, Ministerio de Cultura
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A cargo de los talleres virtuales de escritura creativa adelantados en el marco del Programa RELATA del Ministerio de Cultura, el escritor Antonio Ungar (Bogotá, 1974) se refirió a algunos aspectos de su oficio, el gusto por los libros y la literatura.


Autor de las novelas Zanahorias voladoras (Alfaguara, 2004), Las orejas del lobo (Ediciones B, 2006) y Tres ataúdes blancos, Premio Herralde de Novela 2010 y finalista en el premio Rómulo Gallegos de 2011, Ungar también ha publicado los libros de cuentos Trece circos comunes (Norma, 1999) y De ciertos animales tristes (Norma, 2000). Fue ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2006 e hizo parte del grupo Bogotá 39 en 2007, además de haber sido seleccionado para asistir a la residencia de escritores de la Universidad de Iowa en 2005.

''A mí me gusta mucho leer y sobre todo estar solo; durante mis años de colegio –la verdad es que no fui muy buen estudiante-, dedicaba buena parte del tiempo a la lectura en los recorridos que hacía en el bus; pasaba por la librería de mis abuelos –Librería Central- y aunque al principio tenía al alcance todos esos libros, luego fui armando mi propia biblioteca gracias a los descuentos que tenía como empleado de esa librería'', comenta el escritor y periodista, para quien si bien algunos de los talleres de RELATA tienen una función más bien de carácter terapéutico en algunos casos, existe una vertiente de personas interesadas en dedicarse a la escritura.

''Contar con un taller como los de RELATA resulta muy útil en este sentido, en la medida que resulta ser un espacio privilegiado en el que escribir es posible, aunque talentos con un intereses mucho más marcados por la literatura y la escritura requieren de otro tipo de talleres'', subraya Ungar, a la par de exaltar la amplia cobertura que tiene la Red de Escritura Creativa en estos momentos, así como la posibilidad que brinda de participar a cualquier persona que esté interesada en comenzar a escribir textos literarios.

La biblioteca

¿Cómo surgió su interés por los libros y la literatura?

Mi abuelo tenía una biblioteca muy grande. Él era austriaco e hizo todo un recorrido desde Barranquilla hasta Bogotá, haciendo todo tipo de trabajos que lo fueron llevando por el camino de los libros. 

Tuvo una librería que al principio estuvo ubicada en el Parque Santander, en la que pasé buena parte de mi infancia, y en la que incluso llegué a trabajar durante las vacaciones. Como además la biblioteca de mi abuelo también seguía creciendo, siempre estuve rodeado de libros.

Se trataba de una librería gigantesca en la que había una sección de discos, que la verdad era la que al principio más frecuentaba, junto con la sección de cómics y libros para niños –recuerdo por ejemplo los cuentos de Tintín o Astérix; las historias de Anthony Browne. Un poco después llegué a las novelas gráficas de Joe Sacco y libros de aventuras adaptados para niños: Julio Verne, Salgari-.

¿Qué le llamaba la atención de estas primeras lecturas?

A mí siempre me gustaron las historias, y recuerdo que solía contar algunas de ellas a mis primos –chismes y cuentos que solía narrar mi madre, incluso hasta noticias: la realidad está llena de una serie de historias a las que después se fueron sumando las de esos libros, junto a las que hay también en la música popular de América Latina: cuentos cortos que en muchos casos resultan mejores que los de los propios libros-.

Luego vino Cortázar y sobre todo Rulfo, con quien recuerdo haber tenido una experiencia maravillosa a partir de la lectura de El llano en llamas: esos relatos que están entre la poesía y el cuento, y que son además de una precisión asombrosa. Estaban también Ribeyro o Borges, cuyas historias eran ya más difíciles pero que me interesaban de igual forma.

¿Qué tanto influyó el cine en su obra?

Vivimos en un mundo audiovisual, y cada vez que uno escribe compite contra formatos como el del cine o la televisión; así es que al igual que el cine incorpora algunos elementos de la literatura, nosotros tomamos recursos de ese lenguaje.

¿Qué películas recuerda de esa etapa de formación?

Yo vi todas las películas de entretenimiento gringo que estaban al alcance de un adolescente de mi época –ET o Karate Kid, en las que niños tímidos y nerds como yo le ganaban al malo; y otras como La guerra de las galaxias, que me llevaron a leer ciencia ficción-.

Después me interesó el cine negro; aunque la verdad, tanto en la elección de esas películas como de mis lecturas siempre he sido muy desordenada. Una cosa me lleva a otra, y debido en parte a mi carácter compulsivo, si me gusta un autor trato de leer lo que más pueda de su obra. No tengo una clasificación por épocas u otro tipo de método: así leí a los escritores latinoamericanos.

¿Podría dar un ejemplo?

Algunas de las entrevistas de García Márquez me llevaron a Carpentier, y ahí desarrolle un interés por el siglo XIX. En el caso de la literatura anglosajona, las historias de brujas de Hawthorne me llevaron a leer sobre crímenes que se desarrollaron en el sur de Estados Unidos que trabajaron autores como Truman Capote.

¿Cómo hace el tránsito de lector a escritor?

A partir de los 13 o 14 años comencé a escribir en unas hojitas de agendas viejas algunas estructuras que podía convertirse en historias: fulano llega a la casa de zutano, lo mata y comienza a huir. Eran escaletas muy básicas, que luego se fueron complementando gracias a la educación que recibía en el colegio, y que en la Universidad se desarrollan mucho más.

En octavo semestre de Arquitectura me fui a vivir a la selva del Guainía y allí permanecí adelantando un trabajo de vivienda durante otros seis meses. Como tenía más tiempo del que usualmente dedicaba a la carrera, leí muchísimo y comencé a contemplar la idea de dedicarme a escribir más en serio.

 
 
 El triunfo de la literatura

¿Qué lo hizo estudiar Arquitectura con una vocación tan marcada por las letras desde su infancia?

Me di cuenta muy temprano de mi interés por contar historias, pero me pareció que el estudio de la Literatura no iba a contribuir mucho en ese sentido, puesto que si bien me podía ofrecer algunas herramientas para leer desde una perspectiva académica yo prefería escribir; y aunque en los talleres que enseño hago un análisis técnico sobre la forma como se construye una historia, nunca abordo los textos con un carácter crítico o histórico.

Antes de entrar a la Universidad escribía, y de hecho continué haciéndolo mientras cursaba Arquitectura -me interesaba mucho el diseño y además me parecía una buena forma de conocer y entender la historia-.

La carrera literaria, en cambio, parecía deformar el punto de vista de muchos amigos, porque cada vez que escribían una historia preferían concentrarse en el momento histórico o la opinión de la crítica. Aunque también hay grandes excepciones en ese sentido, por supuesto.

Sin embargo al final la literatura termina ganando la partida…

La Arquitectura requiere de mucho tiempo y la escritura también; así es que a pesar de haber trabajado como arquitecto algunos años preferí dedicarme a escribir: de hecho el primer libro de cuentos –Trece circos comunes- lo escribí por la noche, mientras trabajaba en una oficina de arquitectos. Algún editor leyó algunos cuentos sueltos y decidieron publicarlos; tuve mucha suerte porque las editoriales suelen preferir novelas.

Luego de estudiar Arquitectura, gracias a una beca decido irme a adelantar una Maestría de Literatura comparada en Barcelona que tampoco terminé: el nivel era muy malo y el enfoque teórico chocaba abiertamente contra las expectativas que tenía. A mí me gustaba mucho Faulkner, pero debía asistir a la cátedra de una teórica muy prestigiosa en la que nos pasamos seis meses leyendo teoría de la crítica, sin leer un solo libro escrito por Faulkner.

¿Qué lo llevó a escribir cuentos?

Escribir novela me parece muy difícil, y de hecho las novelas que he publicado están armadas a partir de textos cortos. Yo escribo muy despacio, a partir de una serie de borradores que después edito –labor que me toma por lo menos dos o tres años-, y mantener la pasión por contar una historia durante todo ese tiempo me resulta difícil. 

Creo que la única que se ajusta al género es la de Tres ataúdes blancos, debido quizá a que es el resultado de mi propia desesperación como ciudadano común ante todo lo que estaba ocurriendo en ese periodo de nuestra historia reciente. Las orejas del lobo –que es la que a mí más me gusta- está armada a partir de relatos muy cortos que incluso fueron publicados como textos cortos; lo mismo ocurre con Zanahorias voladoras.

¿Qué tanto hay del arquitecto a la hora de escribir?

A mí me cuestan las estructuras grandes porque me distraigo a la hora de escribir –quemo muy rápido los temas- y a diferencia de Flaubert o de los grandes escritores rusos y franceses del siglo XIX, yo construyo las novelas a partir de trozos, que para el caso de Tres ataúdes blancos requieren de mucha investigación.

Posteriormente hay un trabajo de edición mucho más grande, muy parecido al que realizan algunos cineastas luego de adelantar un rodaje muy intenso. Habitualmente trabajo en el computador un primer borrador que luego corrijo sobre el papel, pero últimamente he debido recurrir a la escritura a mano porque noto que resulta mucho más definitivo.

Su esposa también es escritora, ¿comentan sus textos?

Ella es de Palestina y su conocimiento del español no es muy amplio –escribe en árabe y ocasionalmente en hebreo-, y no puede leer mis textos como a mí me gustaría porque a diferencia mía, tiene una formación mucho más académica y es muy hábil para la crítica. Así que yo le cuento la estructura y le leo algunos de los textos. En cambio sí discutimos todo el tiempo sobre temas literarios, aunque ella actualmente escriba muy poca ficción.

¿Qué tan importante resulta escribir desde la distancia sobre un país como Colombia?

Hay dos libros que tienen que ver con Colombia y son prácticamente opuestos: La orejas del lobo que describe algo de mi infancia al lado de mi mamá –los viajes en bus por el país y la vida en el campo- y Tres ataúdes blancos, libro que escribí estando lejos porque quizá era la única manera de ver y entender todo ese caos. La vida en Colombia es tan intensa que resulta difícil escribir: todo ocurre en la calle todo el tiempo, y no resulta fácil encontrar un espacio para sentarse a escribir.

Trabajé en un método para organizar las noticias, porque a pesar de la forma en que está concebida la novela detrás hay todo un trabajo de sistematización sobre cifras de muertos y ataques que en el primer borrador me llevaron a incluir noticias tan reales que resultaban inverosímiles: hechos como el de una masacre de paramilitares en la que llegaron a jugar fútbol con las cabezas de las víctimas.

¿Y los viajes?

Yo terminé viajando por accidente más que por cualquier otra cosa, y si bien resulta de gran estímulo para escribir, también limita el tiempo que puedo dedicarle a la escritura. Además, como llevo procesos más bien lentos, hasta ahora comienzo a comprender el periodo de mi infancia y adolescencia –que de hecho está reflejada un poco en Tres ataúdes blancos-. Viajo mucho pero asuntos como la guerra en Oriente Medio no los he podido abordar desde la perspectiva de la ficción.

¿La suya podría ser definida como una generación nostálgica?

No lo había visto así, pero creo que tiene razón, porque a nosotros nos tocó vivir la transición a Internet. La velocidad con que se desarrolla el mundo cambió por completo a partir de ese momento y nosotros comenzamos a escribir en un mundo que comenzaba a desaparecer.

También ha ejercido el periodismo…

Yo escribo sobre temas que me interesan, aunque últimamente lo hago menos porque hay menos espacios. Acostumbraba escribir historias largas en forma de crónica que acordaba con el editor de una revista, pero que cada vez son más difíciles de publicar.

Por otro lado, escribía para algunas revistas europeas sobre temas relacionados con Israel y Palestina, pero siempre me enfrentaba al punto de vista que por norma general ha sido el aceptado sobre esa guerra.

¿Cuál es la importancia de un género como la crónica?

La crónica permite una capacidad de observación muy grande, y para el caso del taller virtual, mi propuesta está encaminada a la crónica no periodística, que sin embargo debe sujetarse a un proceso investigativo y de observación de la realidad que además sirve para alimentar la escritura de ficción y contribuya a romper una barrera entre los dos géneros que es cada vez menos clara.

 
 
 El taller

¿Qué es el taller virtual de escritura creativa?

Yo comencé a dar talleres de escritura desde 1999, e hice parte del proceso de creación de RENATA que luego pasó a llamarse RELATA. En esa época el programa estaba enfocado a zonas marginales a las que tuve la oportunidad de viajar y en las que fui decantando un método de trabajo sencillo y claro que he aplicado con un enfoque virtual a lo largo de los últimos cuatro años.

A pesar de algunas desventajas, tiene la gran virtud de posibilitar que los participantes se concentren en los textos. Es a través de sus lecturas y de lo que escriben que llegan a conocer la realidad del otro, bien sea un profesor de una Universidad de Medellín o el dueño de una tienda en San José del Guaviare. 

El único requisito para hacer parte del taller es la calidad de los textos, y eso permite que al término del taller se siga dando un intercambio de textos, o que los las personas que asisten comiencen a replicar la experiencia y generen nuevos proyectos.

¿Cuál es la metodología?

Trabajamos mediante un esquema muy sencillo que busca perderle el respeto a los libros, desarmarlos como si se tratara de un motor y analizar la construcción de personajes o de tiempos verbales hasta entender la estructura del texto, de tal manera que podamos adelantar un análisis similar a lo que se escribe dentro del taller.

Pese a que uno de los requisitos es haber desarrollado una historia, al principio trabajamos ejercicios rápidos de escritura –cuente lo que hizo ayer, pero hágalo en tiempo futuro e imagine que la acción se desarrolla en un lugar diferente; escuche una canción y arme una historia- para soltar la mano.

Tenemos encuentros quincenales, pero entre tanto hay un continuo intercambio de textos vía correo electrónico, que en algunos casos puede estar acompañado de chats individuales; luego, durante los espacios que tenemos programados los sábados, intercambiamos conclusiones sobre el trabajo realizado.

¿Qué ha cambiado en el panorama literario para que cada vez más escritores se animen a hacer parte de este tipo de talleres?

Creo que la forma de hacerlos ha cambiado, aunque en Estados Unidos persiste un método a partir de la idea de querer enseñar a escribir, lo que a mi juicio es imposible, y es el motivo por el cual prefiero darle herramientas a la persona para que se anime a trabajar sola, a partir de un método que va desarrollando para sí misma con el fin de acortar los tiempos.

Si yo por ejemplo hubiera querido contar con alguien que me sugiriera la lectura de un libro, así como las diferentes posibilidades  de abordarlo para adelantar su análisis, o la importancia de dejar descansar un texto para volver a darle una mirada más técnica, quizá hubiera podido avanzar mucho más rápido en el proceso.

El taller está concebido para que los integrantes del grupo sean asesores del proceso que cada quien va desarrollando en la construcción de su propio método, y difieren de otros talleres en los que el resultado era producir un escritor de molde. En este oficio nunca se deja de aprender.

¿Qué autores contemporáneos le interesan?

Hay un escritor checo -Bohumil Hrabal- muy poco reconocido y de quien ahora se consiguen algunas ediciones en español, que escribe con un humor negro muy divertido. Está también Roberto Bolaño, aunque su figura se ha inflado un poco y no todo es bueno.

Entre los colombianos me gustan algunos de los trabajos de Fernando Vallejo, Evelio Rosero, Tomás González, junto al último libro de Sergio Álvarez: 35 muertos, que me parece una estupenda novela sobre Colombia.

Aquí hay un talento natural para contar, sobre todo en el Caribe, y el mundo contemporáneo contribuye a que el intercambio de libros sea mucho más fácil. Además, debe tenerse en cuenta la distancia que hay de García Márquez, cuya figura era tan importante que llevó a que se escribiera a favor o en contra, y que mi generación decidió asumir como un clásico.

Texto
Juan Carlos Millán Guzmán
Dirección de Artes,
Ministerio de Cultura
Tel. 3424100   Ext. 1504
Cel. 311 878 67 43

Fotos
Milton Ramírez,
Ministerio de Cultura​
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