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“El Cancerológico es una demostración del hospital público que hace ciencia e investigación y es viable”: Manuel Vega

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Cuando se cumplen 90 años de la fundación del Instituto Nacional de Cancerología, el médico e historiador Manuel Vega Vargas hace un recuento de sus orígenes y de su relación con el Hospital San Juan de Dios.

25-09-2024
hospital san juan de dios y materno infantil

​El médico cirujano, investigador e historiador Manuel Vega Vargas. Foto: Erick Morales/MinCulturas ​​

Por María José Posada Venegas 

El 4 de agosto de 1934 el entonces presidente de Colombia, Enrique Olaya Herrera, inauguró el Instituto Nacional de Radium, antecedente de lo que sería el Instituto Nacional de Cancerología, que hoy, noventa años después, es un hospital de alta complejidad, centro de docencia y centro de investigación referente en América Latina en la atención de pacientes con cáncer. 

La historia dice que en 1928 varios médicos colombianos, entre ellos Alfonso Esguerra, elevaron la solicitud ante el Congreso de la República para crear el Instituto Nacional de Radium, que estaría adscrito a la Universidad Nacional de Colombia y se ocuparía de dar respuesta a la pregunta que lanzó el médico francés Claudius Regaud en una conferencia dictada en Bogotá ese mismo año y que inquiría sobre la posibilidad de organizar un instituto destinado a detectar el cáncer.  

La propuesta, que tomó forma en la ley 81 de 1928, fue acogida y después de cinco años de discusión y de la búsqueda de recursos, nació el Instituto de Radium. Después, en 1951, se denominó Instituto Nacional de Cancerología, y se catalogó como uno de los más importantes en Latinoamérica. Hoy es una entidad especializada del orden nacional adscrita al Ministerio de Salud y Protección Social. En 2022 reportó la atención de 6.387 pacientes procedentes de todas las regiones del país, con énfasis en habitantes de Bogotá y algunos departamentos cercanos.    

El Instituto ha estado ligado a la historia del Hospital San Juan de Dios y Materno Infantil desde su gestación. De hecho, el edificio fundacional fue construido en el mismo predio de La Hortúa en 1934, y compartió este escenario hasta 1948. Manuel Vega Vargas, médico cirujano e historiador de la Universidad Nacional, docente, investigador y profesor titular en la Universidad Externado, ha reconstruido los orígenes del Instituto Nacional de Cancerología y sus vínculos con el San Juan de Dios. Vega es autor, junto con el sociólogo e historiador Néstor Miranda Canal, del libro Medicina del cáncer, ciencia y humanismo. Historia del Instituto Nacional de Cancerología (2020) publicado en el marco de la conmemoración de los 85 años del Cancerológico en 2019. 

Vega también es el líder del equipo de Activación Social del Proyecto de Recuperación del Hospital San Juan de Dios y Materno Infantil en el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. Conversamos con él sobre la historia del Cancerológico y de cómo se convirtió en el paradigma del hospital público que cumple una función social trascendental y al mismo tiempo es viable.  

¿En qué contexto se crea el Instituto Nacional de Radium? 

En la primera parte del siglo XX se venía construyendo una institucionalidad para dar respuesta a los problemas de salud en el país. En el marco de ese impulso se comenzaron a tener discusiones muy importantes sobre cómo organizar la prestación de los servicios asistenciales y sobre cómo atender ciertas enfermedades como la lepra o el cáncer, pero además en el ámbito europeo se venía produciendo una investigación y una pregunta por los usos que podía tener el radium, nombre en latín del Radio, elemento descubierto por Marie y Pedro Curie en 1898. 

¿Cómo se pensaba financiar un Instituto dedicado a tratar enfermedades con un elemento tan novedoso y costoso como era el radio? 

El presidente Enrique Olaya Herrera decidió aprovechar dineros no utilizados que habían sido destinados a financiar la Guerra con el Perú, la cual había terminado en 1933. Estos provenían de contribuciones que había hecho la sociedad para financiar el conflicto. Entonces el origen del Instituto es muy interesante, pues por primera vez con recursos para la guerra se construyó una institución para atender a los enfermos en tiempos de relativa paz. 

¿Qué recepción tuvo esta iniciativa en aquella época? 

Hubo varias reacciones sobre la creación del Instituto. Para algunos era sorprendente. Se preguntaban por qué y para qué crear un instituto de radio en Colombia si ni siquiera había muchos en Europa; era común en ese continente dudar sobre los avances científicos existentes en nuestro país y valoraban de manera poco afortunada a la medicina colombiana. Pero para otros era positivo, pues les parecía interesante y novedoso. Por eso impulsaron su creación y dieron pistas para comprar el radio, para aplicarlo y usarlo.  

Se dice que Marie Curie murió víctima de sus efectos. Entonces ¿cómo se preparó a los científicos colombianos para usar el radio y los instrumentos para aplicarlo sin poner en riesgo su salud? 

Se envió en dos viajes a un grupo de médicos a conocer lo que se estaba haciendo en otros lugares. Los jóvenes doctores Juan Pablo Llinás, Ruperto Iregui y Alfonso Flórez visitaron a  Claudius Regaud, el médico francés que había creado el Instituto de Radium en París y quien ya había estado en Colombia anteriormente. Ellos tomaron como referente ese instituto. El propio Regaud envió una revisión de los planos y sugirió cómo se debía ordenar y disponer el edificio. Así que ese grupo de jóvenes médicos, muy entusiastas, apoyados por un gobierno que quería sacar esta idea adelante, viajaron a estudiar y regresaron con muchos conocimientos. También recorrieron Inglaterra, Alemania y Estados Unidos en donde tomaron atenta nota de los desarrollos de la radium terapia y su potencial curativo. 

¿Cuál era en ese momento la relación del Instituto con la Universidad Nacional? 

La Universidad Nacional se encargaba inicialmente de su administración. Entonces comenzó el debate alrededor de cómo organizar el Instituto. Eso suponía algo muy interesante:  discutir cuál era su vocación, si atender a los enfermos únicamente o también desarrollar docencia e investigación, lo que se convirtió en la tríada básica que el Instituto ha mantenido a largo plazo. 

¿Este tipo de discusiones fueron productivas?  ​​

En muchas etapas en el desarrollo de nuestras instituciones y de la ciencia están la discusión y el debate, pues siempre hay un grado de controversia, en este caso muy sana. En ese momento el punto central era decidir qué hacer con los recursos que habían quedado de la guerra, si usar el dinero para otros fines, para crear más instituciones de asistencia para niños, para beneficencia, crear otros hospitales que atendieran a toda la población o hacer un Instituto de Radio y, en ese caso, si los colombianos éramos capaces de llevarlo a buen término. Y fuimos capaces. 

¿Hubo muchos opositores? 

Alguien habrá salido molesto, sin duda, pero la mayoría terminó impulsando el desarrollo del Instituto en la década de los 30, logrando su creación legal y el inicio de su construcción en 1934 y finalmente su inauguración en 1936, cuando comienza su vida como institución, una vida que yo creo que es excepcional.  

¿Por qué se eligió el predio donde estaba el Hospital San Juan de Dios para ubicar allí el Instituto de Radio? 

El San Juan de Dios había sido trasladado allí en la década de los veinte, en lo que era el Molino de la Hortúa. Este lugar comenzaba a ser un polo importante para ubicar un conjunto de instituciones asistenciales y en salud y se consideró que dentro del predio de hospital había espacio para seguir construyendo instituciones hospitalarias. En principio se pensó que ocupara uno de los pabellones que ya existían, pero luego se determinó que tenía que ser un edificio propio. El diseño arquitectónico también, como en el San Juan, fue de Pablo de la Cruz, siguiendo los cánones del Instituto de Radium de París, pero se decidió que debía tener una aproximación más moderna desde el punto de vista arquitectónico para responder a las necesidades asistenciales de los pacientes que iban a ser atendidos con radioterapia. 

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El antecedente del Instituto Nacional de Cancerología fue el Instituto Nacional de Radium, que se inauguró en 1934. Foto: Erick Morales/Minculturas


Hoy ya no se encuentra en el mismo predio, aunque sigue cerca. ¿Por qué se separó? 

En la segunda mitad de los años 40 la ciudad​ va creciendo y una de las necesidades es conectarla con una avenida que pueda proyectarse hacia el sur. Entonces se comienza la construcción de la carrera décima, que atraviesa el predio y crea esta separación de lo que antes era una unidad con varias instituciones adentro: una era el San Juan de Dios con el Materno Infantil y otra el Cancerológico. Eran institutos que tenían una posición y un carácter distinto dentro de la organización de los servicios de salud, aunque ocupaban el mismo predio. 

Al considerarse que el Instituto ha hecho parte del predio histórico en el que se ubica el Hospital San Juan de Dios y por ello se incluye como bien patrimonial ¿de qué manera se ha articulado al Instituto en el Plan Especial de Manejo y Protección del Hospital San Juan de Dios y Materno Infantil? 

El PEMP del 2016 les asigna a los distintos edificios unos niveles de conservación diferenciales y de ello se derivan unas intervenciones específicas. En el caso del Cancerológico se trata sobre todo de intervenciones arquitectónicas que sirvan para mantener la construcción fundacional donde se estableció el Instituto de Radium, con una aproximación de cuidado y conservación de los valores patrimoniales que hay alrededor de ese bien inmueble. 

Ahora que el Instituto de Cancerología celebra 90 años de creación ¿qué destacaría usted de su historia? 

Tres temas son relevantes respecto al Cancerológico. El primero es que el instituto comenzó con el modelo de hospital-institución especializado en radio, aunque también se usaron los rayos x, los rayos roentgen y otras sustancias radiactivas. Lo que cambia es el material, la potencia y el tipo de partículas. Con todas se intentaba probar un tratamiento que funcionara. Así que este fue un laboratorio científico sobre el uso del radio y luego sobre el cáncer y en ese sentido, a lo largo de su historia, ha estado a la vanguardia de la lucha contra esta compleja enfermedad. 

¿Funcionó bien desde sus inicios? 

El tratamiento salió mal algunas veces; entonces el Instituto planteó un debate fascinante en el contexto médico de la época ¿qué dosis de radio es la correcta?, ¿cuántas agujas se deben usar?, ¿cómo administrarlo de la mejor manera yendo más allá de las indicaciones que se hacían al otro lado el Atlántico? Nadie sabía con exactitud qué hacer. En medio de ese debate se iba construyendo ciencia en el país, porque no se tomaba solo lo que se venía haciendo en Europa, sino que se hacía lo que se podía con lo que había acá. El Instituto ha ganado premios por la gestión, pero también por la investigación. Tiene grupos de investigación avalados por el Ministerio de Ciencia, tecnología e Investigación, así que hay un referente del hospital como ícono de la investigación y de la ciencia, pero no como la ciencia que a veces se reduce a los logros de un "tipo brillante” que se la inventa y la patenta, sino de la ciencia como disputa, como conflicto, la ciencia como campo de tensiones y luchas de poder entre científicos. El Instituto es uno de los lugares donde se ha construido, de manera compleja, saber científico sobre el radio y el cáncer desde entonces hasta hoy. ​​​

¿Y en qué sentido puede ser positiva la disputa entre científicos? 

La disputa y el debate nos benefician, impulsan la medicina. Gracias a ellos es posible el ensayo y el error como datos importantes. Es el reconocimiento de la diferencia y el desacuerdo lo que impulsa la superación de lo conocido y le da piso al desarrollo de procedimientos osados para tratar enfermedades, -consideradas raras en su momento-, con el radio para ver cómo actúa el elemento, y si podía funcionar o no.  

Mencionó tres temas relevantes, primero es el del laboratorio, la experimentación científica ¿Cuál es el segundo? 

El segundo es que la historia del Cancerológico es la demostración del hospital público que cumple una función social, hace ciencia e investigación y es viable. Por supuesto que ha tenido sus crisis, y en el libro se narra algo de eso, pero en general, comparándolo con los otros hospitales públicos del país y muchos otros del mundo, es un modelo de gestión que demuestra que sí se puede sostener lo público y eso es algo que junto con Néstor Miranda, una de las figuras más importantes de la historia de la medicina en el país, destacamos en el libro como un valor: el Instituto demuestra que lo público no hay que privatizarlo para que funcione, sino que hay que reformarlo, actualizarlo y renovarlo permanentemente, manteniendo sus valores y su vocación originarias. 

¿Y cuál es ese tercer tema que usted destaca sobre el Cancerológico? 

El tercer punto es el humanismo. Queríamos destacarlo porque en una publicación anterior, el libro de Efraim Otero-Ruiz, que es muy bueno y fue el primero sobre el Cancerológico, hacía falta una fuente importante de información que eran los libros de la Universidad Nacional. Revisando ese archivo encontré que en los años 40, cuando se iba a cerrar el Instituto por temas políticos, de presupuesto y otros como la renuncia de los médicos, una señora envía una carta y luego encontré otra y otra, cartas manuscritas, madres de niños, esposas de pacientes, esposos, padres, escribiéndole al Presidente, diciéndole: ‘ustedes no pueden cerrar el Instituto porque es el único lugar donde nos han atendido como seres humanos y allí salvaron a mi hija, a ustedes les debo la vida’.  Aunque estaban en prueba y error con el radium. Eso lo valoramos mucho, el saber que había gente dispuesta a defender un hospital en Colombia y que ese era el Cancerológico y la razón para defenderlo, más allá de la eficacia del radium en todas las patologías, era la atención humana que se daba allí. 

¿Cómo se ejemplifica ese sentido de humanismo en el Instituto? 

El cáncer tiene la condición de ser una enfermedad, o mejor, un conjunto de enfermedades terribles, terminales en muchos casos, a las que la gente les tiene miedo, pero en el Cancerológico las personas encuentran alivio, no solo por el tratamiento sino por el trato. Por ejemplo, en asocio con actores privados y damas de la caridad, se estableció en el siglo XX un lugar para que los familiares que venían a acompañar a los enfermos se hospedaran cerca. También se crearon fundaciones y se diseñaron espacios bonitos dentro del hospital para los niños. Aparece un sentido del cáncer que, siendo tan duro y cruel, obligó a humanizar la atención. Este sello que destaca al Cancerológico es también un llamado de atención para el San Juan de Dios cuando se abra nuevamente, sobre el cómo se deberá abordar el humanismo médico y la humanización de la atención en general. 

¿Se mantiene ese espíritu humanista en el Instituto Nacional de Cancerología? 

Carolina Wiesner, la actual directora, le ha dado un gran protagonismo a los pacientes y a sus acompañantes, pensando en temas como la atención, la humanización, la ciencia e incluso en un proyecto que probablemente podría funcionar al interior del Hospital San Juan de Dios, en el edificio Cundifarma, para que el país tenga soberanía en la producción de medicamentos, específicamente para el cáncer. Es un proyecto costoso y el Instituto no lo puede financiar, así que habría que hacerlo con alguien más.​

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