El amor por la música germinó en Leonor González Mina cuando era una niña, entre los trinos de las mirlas y el olor de los árboles de cacao y de café que sembraba su papá en Jamundí, Valle del Cauca, a 17 kilómetros de Cali. La música siempre fue su guía y su compañera. Cantaba mientras jugaba, cantaba con su mamá al ritmo de la aguja y el hilo, cantaba en el coro de sus tíos dirigido por su abuelo, un hombre esclavizado que luchó hasta lograr su libertad.
Leonor, digna hija de sangre rebelde y testaruda, decidió seguir los caminos de su abuelo: mientras su mamá y su papá la persuadían para que estudiara medicina, ella seguiría el camino de la música hasta sus últimos días. En el colegio, una maestra descubrió su voz animada y la llevó al Conservatorio de Cali Antonio María Valencia, según se relata en la colección de cuentos cortos 'Historias de Identidad y Orgullo'. Allí le negaron el ingreso por su tono de piel, entendió lo que era la discriminación y se inspiró tanto que abrió caminos a las nuevas generaciones de artistas afros en el país.
'La negra grande de Colombia', como le decían con admiración, fue primigenia en la cultura: fue la primera mujer afro que se posicionó en la televisión colombiana, la primera mujer afro que grabó un disco, la primera mujer afro que salió del país a promocionar el folclor colombiano. Sus diferentes talentos la encaminaron hacia el teatro, la televisión y la música, ganando espacios y poniendo en el centro la historia y el folclore afrocolombiano. Incluso, se desempeñó en la política como representante a la Cámara en 1975.
“Perteneció a una brillante generación de artistas, intelectuales, pensadoras, coreógrafas de gran relevancia en la segunda mitad del siglo XX como Arnoldo Palacios, Delia y Manuel Zapata Olivella, quienes inspiraron los movimientos vibrantes de hoy en las artes afrocolombianas", destaca Ángel Perea, musicólogo, investigador, artista interdisciplinario, productor de contenidos artísticos y culturales.
Para él, Leonor es “una maestra de maestras" porque fue la primera figura estelar afro en la industria del espectáculo en Colombia. Aunque su carrera comenzó en el Teatro Experimental de Cali (TEC), participó en producciones de cine y televisión colombianas como Azúcar, de Carlos Mayolo; Crónica de una muerte anunciada, de Francesco Rosi; Más fuerte, muchachos, de Giuseppe Colizzi; “Del amor y otros demonios", de Hilda Hidalgo; “La Negra Chambimbe", de Bernardo Romero, entre otras.
Maio Rivas Molina, etnocomunicadora social, dice que 'La negra grande de Colombia “rompió estereotipos y abrió caminos en un medio que históricamente ha tenido dificultades para representar la diversidad étnica de nuestro país. Su presencia en programas televisivos llevó la riqueza de las culturas afrocolombianas a hogares en todo el territorio nacional, conectando a millones con nuestras tradiciones. Leonor convirtió cada actuación en una lección de identidad y pertenencia, demostrando que la televisión no solo puede entretener, sino también educar y dignificar a nuestras comunidades".
La música, por supuesto, no podría faltar en su trayectoria. María del Socorro Vallejo, mánager y amiga, asegura que el legado de Leonor “es todo, fue la primera negra que grabó un disco [Cantos de mi tierra y de mi raza/ 1964], pero no la querían sacar en la carátula, entonces amigos y conocidos se unieron y dijeron: “No, cómo así, no va a salir una mona de ojos azules, tiene que salir 'La negra'. También fue la primera que salió de Colombia a otros países y llevó la música colombiana al exterior".
Leonor interpretó canciones representativas de nuestro país como Yo soy la cumbia de Totó La Momposina y Mi Buenaventura de Petronio Álvarez. Además, se encargó de moldear las músicas tradicionales a formatos modernos. “Fue la que puso las bases en la adaptación de músicas populares como bambucos, boleros y guabinas a formatos nuevos con otros estilos de interpretación, inspirando a artistas contemporáneas como Nidia Góngora, Cynthia Montaño, Lido Pimienta, entre otras", menciona Perea.
En 2016 fue galardonada con el Premio Vida y Obra del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes por enriquecer los valores artísticos y culturales del país a lo largo de su carrera.
Nunca se cansó de cantar, a sus 90 años conservaba la alegría que la caracterizó siempre. Aunque no fue compositora, creó algunas melodías especiales para sus nietos, con tarareos suaves les demostró el amor que solo la música le dio.
Hoy, el país despide su risa y su alegría. Su voz seguirá inmortal, así como las memorias que le regaló a diversas generaciones.
“Era muy juiciosa, con mucha disciplina, amorosa con sus hijos, con sus amigos, con sus nietos que los amó muchísimo. Se nos fue una gran amiga, una amistad de más de 48 años. Fue una persona aguerrida que amaba Colombia", recuerda Vallejo. Se conocieron en Cali, cuando ella buscaba aprender a cantar. En su primer encuentro Leonor la mandó a estudiar y con los años se volvieron amigas, Maria del Socorro fue su corista y luego su mánager.
El Ministerio de las Culturas se suma a las condolencias, enviando un saludo afectuoso a familiares, amigos, colegas y seguidores de 'La negra de Colombia'. Sin duda, su esencia y su carrera contribuyeron a visibilización de la cultura afrocolombiana y la reflexión de problemáticas que siguen vigentes en nuestro país, como la discriminación.