Por Juan David Amaya
Leonel Vásquez es un hombre que se identifica como investigador, docente y agente de las artes. Como artista plástico, ha concentrado su obra en la escultura y en el descubrimiento del sonido, una materialidad que, para él, siente y comunica. Asegura que la escucha es un acto político que se desarrolla a partir de un proceso de interacción con el entorno, en el que él es un testigo que ha desarrollado una sensibilidad que le permite ver a seres vivos e inertes como elementos que resuenan, que hablan y que vibran.
Su obra se compone de esculturas, instalaciones y performances que exploran el sonido y sus maneras de habitar los cuerpos y de relacionarse con el paisaje. Estos entornos sonoros los aborda principalmente desde el agua, pues este elemento le ha ayudado a guiar a los espectadores a la escucha, a sentir los sonidos y sus cuestionamientos. Él lo vivió en carne propia a metros de su casa.
Es de Sibaté, un municipio ubicado al sur de Bogotá al que llegan las aguas sucias de la capital. Allí, en el Embalse del Muña, un lugar en el que uno creería que el agua ya está muerta, envuelta entre heces, químicos, desechos y quién sabe qué otra cosa, él se sintió interpelado. Esa agua le habló y le planteó nuevos cuestionamientos sobre lo vivo, lo limpio o los derechos que tenemos en un universo en el dependemos unos de otros.
Leonel relata que esas aguas lo hicieron verse hacia adentro. “Sencillamente hubo un momento en el que me asomé al embalse y como el agua está llena de cadmio, plomo, metales pesados, produce un espejo de agua. Y al mirar un poco la pesadumbre y la complejidad que tiene ese lugar, pues me veo a mí mismo reflejado y entonces ahí es como el mismo territorio, las mismas aguas le empiezan a uno a hablar y le empiezan a uno a decir desde el reflejo", cuenta.
Esto lo llevó a evaluar su relación con el agua, la huella que produce su existencia sobre este recurso y la contaminación que yace en esas aguas que nos conforman, pues somos 70% agua. “De alguna manera estamos afectando los modos de comprensión de esa relación interdependiente que tenemos con el mundo y los cuerpos de agua. Deberíamos plantearnos una visión distinta del mundo, que quizás es más bien una audición o una resonancia distinta, que nos mostraría como cuerpos que se relacionan y se ponen en un estado codependiente y adaptativo", comenta, mientras hace una crítica al antropocentrismo y la relación que persiste con el entorno, en la que prevalece solo lo que los ojos ven y se descarta el reconocimiento de nosotros como parte de una materialidad – el agua o el sonido.
"Escuchar las aguas nos permite acceder al ciclo de la vida, que conecta lo biológico, lo geológico y nos permite estar en el centro de las relaciones": Leonel Vásquez, artista sonoro.
Esa confrontación lo llevó a pensar que todos somos un todo que se encuentra en una línea construida entre el espacio y el tiempo, en la que hay vibraciones y acontecimientos, en muchos casos audibles y en otros no. “Pensar en la agencia sónica que hay detrás de lo vivo y de las relaciones complejas y dinámicas que permiten lo vivo, me hizo pensar que era necesario enfocarme en un arte que tratara de una manera más sutil ese lenguaje, en el que se presentan esas formas dinámicas o esas expresiones dinámicas y creo que aquí el sonido es importante porque nos muestra lo que es oculto y nos lleva a otros niveles de la conciencia y de la experiencia", agrega.
Y es que el agua no solo nos dice, según Leonel, también nos permite ser escuchados y replantearnos los paradigmas y nuestros sistemas de valores. En su caso, la experiencia en el Muña le hizo despertar una conciencia mucho más crítica sobre su responsabilidad en el estado de las aguas y lo que significa vivir en un lugar que cumple las características de lo que él llama “un área de sacrificio ambiental".
Para él, la reflexión no solo debe ser sobre los efectos que tienen las acciones humanas sobre los recursos naturales. “Lógicamente lo que tenemos allí es un concepto que es irrefutable, pero hay algo entre el concepto, la práctica y los afectos que no funciona, porque, aunque lo sabemos, nada pasa con el río Bogotá, hace cuántos años salió la sentencia para hacer unas plantas de tratamiento, para trabajar en la recuperación de ese río y nada, ¿pasa algo? Tenemos que hacer algo y es ahí donde encuentro mucho sentido en la práctica artística", asegura.
En medio de su argumentación, habla sobre la 'Tecnósfera', un concepto que se popularizó aproximadamente en el 2014, como una manera de nombrar a la capa artificial del planeta que crece constantemente y que ha sido creada por el propio ser humano a partir del desarrollo tecnológico. La señala porque esta “no es capaz de hacer equilibrio con otros sistemas planetarios, porque degrada, extrae y explota"; y es ahí donde la práctica artística permite trabajar dentro de esta problemática y abordar no solo al agua sino a todos los elementos que resuenan y con los que coexistimos.
“Debemos tanto al mundo geológico, al mundo mineral, como al mundo biológico. Es que todos los días nos comemos el calcio, las rocas y el polvo de estrellas que cae por toneladas a la Tierra a través de las plantas y las verduras. De nuestro plato diariamente somos seres interdependientes, o sea, esa relación no la hemos podido entender de una manera coherente", dice.
Leonel cree que el mundo tiene las capacidades, la economía y la infraestructura para limpiar y restaurar sus ecosistemas, sino que ha habido más interés por seguir alimentando esa tecnósfera que en parar el extractivismo y la instrumentalización a la que están sometiendo páramos y reservorios de agua. “No es un asunto de los de este siglo, incluso desde el siglo pasado se comenzaron los procesos de limpieza y hay muchas experiencias y muchos conocimientos, incluso desde nuestros antepasados, de cómo trabajar en los procesos de restauración de las aguas. Y, si lo sabemos, por qué no se hace algo, porque el problema aquí es de sensibilidad, porque, aunque no nos parece bien, no tenemos la suficiente decisión ni la suficiente claridad y no vivimos en un mundo que esté ordenado sensiblemente en torno a eso", dice.
Su conclusión tiene que ver con el cuidado, con el desarrollo de la sensibilidad, con la escucha activa de territorios como el Pacífico colombiano, en el que ha introducido hidrófonos para escuchar ballenas, camarones, algas, y al agua misma. Esto le permitió comprender las diferencias que existen en un mismo territorio que ha sido expuesto a diferentes estímulos e intervenciones. Por ejemplo, cuenta que el Pacífico hacia las costas de Chile suena más denso, más interconectado a dinámicas de industrialización y de una zona expuesta a dinámicas más pesadas: grandes barcos, un comercio rampante y ecosistemas altamente explorados por la mano humana.
En cambio, en Colombia la cosa es distinta. Aquí la biodiversidad ha visto menos efectos negativos del desarrollo tecnológico; los puertos son más pequeños, la profundidad de las aguas y su temperatura son ideales para que las ballenas tengan sus crías y las comunidades ancestrales, como afros e indígenas, han sabido tener prácticas de sostenibilidad con su territorio. “El Pacífico en Colombia suena distinto que en otro lado. Aquí se siente la vida", comenta.
Esto conecta con su tesis de que no es que no nos alcancen los recursos que tenemos para enfrentar los efectos del cambio climático, sino que no los ponemos en función de esos propósitos. “Entonces hay que hacer una transformación de base y esa transformación de base es una transformación interior, una transformación ética y estética" en la que el arte tiene mucho que aportar.
Pero, ¿qué dicen las aguas? Leonel está convencido de que el resultado principal de la escucha es el desarrollo de la sensibilidad frente al agua como un cuerpo que vibra. “Escuchar las aguas es aprender a entender o acercarnos a los distintos ritmos o formas de la expresión de la vida, que es imposible manipular o reducir desde la perspectiva humana. Es acercarnos, especialmente y en estos tiempos, a la abundancia y a la escasez, a la exuberancia y, a la vez, a las limitaciones", dice.
Y es que él se refiere al agua como a un ser vivo que ocupa un espacio y nos permite respirar otras aguas y otros aires. Cree que “cuando escuchamos un río lo que escuchamos no es sencillamente el correr del agua, es la respiración del río. Nosotros lo entendemos como agua corriendo o río como imagen o representación de algo, pero es distinto cuando tú escuchas la respiración de alguien, porque la relación que estableces con un ser vivo a través de la respiración es una relación de respeto".
En conclusión, esas aguas que lo inspiran son un ciclo que aparece y desaparece, que nos permite llegar a través de su sonido a campos de percepción más amplios. Son la posibilidad de acceder al ciclo de la vida, que conecta lo biológico, lo geológico y nos permite estar en el centro de las relaciones.
'Templo del agua Sumapaz'
Leonel Vásquez aborda el arte como una declaración política, en la que construye escenarios que invitan a la reflexión y al restablecimiento de la relación armónica entre todas las especies. Pero también ve la creación artística como una oportunidad para generar experiencias de bienestar desde la contemplación y la escucha. Eso es 'Templo del agua Sumapaz', una instalación en la que confluyen 41 rocas del Páramo de Sumapaz, que se mantienen suspendidas en el aire, gracias al equilibrio que generan entre sí, y un sistema de cuerdas de acero, aros y poleas; y una plataforma de madera en la que se puede caminar para sentir la vibración que causa “un acontecimiento insignificante, pero a la vez maravilloso, absoluto y único, que es la caída de unas gotitas de agua golpeando contra un espejo de agua", como lo menciona Leonel.
Este espacio, que hoy se encuentra exhibido en Fragmentos, como parte de la exposición 'Acuerdos con el mundo natural y la asamblea de los seres vivos', en la que él y Marjetica Potrč examinan la relación entre los seres humanos y la naturaleza en medio de una creciente conciencia ecológica, es una arquitectura para meditar, recogerse, encontrarse y vivir una experiencia corporal y espiritual.
“Encontrarnos con estas rocas, en esta exposición, es la posibilidad de viajar en este mundo de las abuelas, en este mundo en el que las rocas llevan cientos de millones de años más en este territorio, ellas nos acompañan y ahí, en ese lugar, son testigos de lo que está sucediendo", comenta.
Su declaración, entonces, no es solo política, es una invitación a desarrollar una sensibilidad más allá de lo políticamente correcto y del activismo digital, es una apuesta por llevar a quienes contemplan su obra a reconciliarse con ecosistemas como el del Páramo de Sumapaz, un área única en el planeta en la que se puede escuchar el sonido del equilibrio de la vida.
“Restaurar nuestra relación con las aguas del páramo es clave. Somos 70% agua del páramo de Sumapaz y no puede haber una incoherencia entre lo que hacemos cuando bebemos agua y cuando la ensuciamos. Y eso hay que modificarlo de alguna manera y eso no puede suceder en un contexto en el que la instrumentalización siga teniendo lugar", concluye.
En síntesis, la apuesta creativa de Leonel Vásquez gira en torno a la cultura del cuidado, a la construcción de arquitecturas afectivas, de respeto, sagradas, que se alejen del escenario de la instrumentalización de la vida y de lo natural y permitan sentir, aunque sea por un pequeño espacio de tiempo, la plenitud a través del sonido.
La instalación 'Templo del agua Sumapaz' hace parte de la exposición ‘Acuerdos con el mundo natural y la asamblea de los seres vivos’, abierta al público en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria.
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Exposición 'Acuerdos con el mundo natural y la asamblea de los seres vivos'
Lugar: Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria (Carrera 7 # 6B-30, Bogotá).
Horarios: martes a domingo entre las 9:00 a.m. y las 5:00 p.m.
Abierta al público hasta el 12 de enero de 2025. Entrada libre.