Por José Vicente Guzmán
Esta historia comenzó con el japonés Masaru Emoto, un escritor y médico alternativo que sembró la teoría de que el agua responde, molecularmente, a las energías que tiene a su alrededor. Cuando la psicoterapeuta, diseñadora gráfica y música colombiana Catalina Salguero vio en el otro extremo del mundo un documental sobre él, algo se remeció en su cabeza. “Me marcó”, dice.
Desde hacía un tiempo sentía la necesidad de invitar a la gente a recuperar su conexión con la naturaleza, así que, inspirada en Emoto, convocó el 14 de febrero de 2010 a un grupo de personas al Parque El Virrey, de Bogotá, para hacerle un canto a la tierra y al agua.
Allí queda el Canal de El Virrey, un flujo de agua que muchos tratan como un mero caño, pero del que pocos saben que pertenece a la cuenca del río Salitre. “La idea era tener un momento muy hippie, en el que con la música y el canto hacíamos vibrar agua que llevábamos en unos cuencos sonoros”, recuerda. “Íbamos cantando y dándole una intención al agua, para luego echarla al río y que este recibiera nuestro mensaje”.
Todo ocurría con normalidad hasta que llegó Héctor Buitrago, el cantante y miembro de Aterciopelados, junto con periodistas de Caracol y RCN a los que había convocado luego de recibir la invitación por algún lado.
Al final, muy contento, Héctor le preguntó a Catalina cuándo volvían a hacer un acto similar, y decidieron organizarlo para el 22 de marzo siguiente, Día Internacional del Agua, en el Salto del Tequendama, el punto ancestral en el que el río Bogotá cae por una cascada de 139 metros. Días después nombraron el evento como ‘Canto al agua’, una expresión que luego mutó su escritura a una sola palabra: ‘Cantoalagua’.
Imagen del primer Cantoalagua, el 22 de marzo de 2010, frente al Salto del Tequendama. Foto: Archivo particular.
La expansión
El equipo de producción y comunicación de Héctor fue clave para la nueva convocatoria, a la que llegaron 100 personas: familias con niños, practicantes de yoga, indígenas, ecologistas, artistas. A las 11:00 de la mañana, mientras cantaban, meditaban y hacían distintos rituales, todos vieron como el agua caía por el salto llena de basura y maloliente.
“Fue impresionante”, recuerda Catalina. “Muchos lloramos. Yo no me había dado cuenta de la gran inconsciencia y de lo separados que estábamos del mundo y de la naturaleza. Mientras veíamos eso, le cantábamos al agua; le decíamos que reconocíamos que era sagrada, que nos estábamos ‘cagando’ en ella y que como somos 70% agua, también nos estábamos ‘cagando’ en nosotros mismos”.
Ese momento marcó un hito, explica Héctor: “No teníamos expectativas, pero se replicó espontáneamente. Y poco a poco esa responsabilidad creció porque se fueron conectando más y más personas que tenían esa sensibilidad”.
Al año siguiente, el 22 de marzo de 2011, hubo actividades en 30 lugares; al siguiente, en un centenar, y así han crecido hasta tener celebraciones sincronizadas en casi 800 puntos del mundo.
La acogida fue tanta, que los participantes empezaron a pedir actividades no solo para los 22 de marzo, sino para otros días y fechas ambientales.
Toto Serrath, diseñador industrial y miembro del equipo semilla de ‘Cantoalagua’, explica que el crecimiento de la iniciativa fue tan natural como el fluir del agua: “Lo de tener varios puntos con actividades sincronizadas nació de forma casual, porque las mismas personas nos escribían para decirnos que, aunque no podían ir al evento principal, se unirían en sus casas, en los humedales de sus barrios o en sus países a la misma hora”.
En su página web, www.cantoalagua.com, se puede ver un mapa con puntos de la convocatoria del 22 de marzo de este año. Además de sitios de Colombia, hay del resto de América, Europa, Asia y Oceanía.
El colectivo prepara ahora un acto en el Bulevar del Río de Cali, como el que realizan cada año. Será el 20 de octubre, como preámbulo a la COP16, la Cumbre de Naciones Unidas sobre Biodiversidad que arrancará un día después en esa ciudad.
La clave para que sus llamados funcionen, dice Toto, es que el cuidado del medio ambiente hace parte de todas las culturas, así se manifieste de forma distinta en cada una. Por eso, en cada punto el ritual toma la forma que cada grupo desea. Una comunidad indígena puede hacer rituales tradicionales para purificar y honrar el agua, mientras un colectivo se funde en el yoga y otro hace música.
Hay, además, profesores que llevan a sus alumnos, ambientalistas que organizan jornadas de limpieza y hasta un rabino que se une con sus propias plegarias. Y se han desprendido iniciativas de vecinos que se dedican a recorrer las quebradas que entran en Bogotá para limpiarlas. Como dice Alba Sandoval, directora de Trébola Organización Ecológica y miembro del equipo semilla: “Cada uno, desde su individualidad, impacta en lo colectivo”.