Por Saia Vergara Jaime[1]
La violencia política ha encontrado en el mundo digital un escenario perfecto para expresarse sin complejos. Sin embargo, esta semana hemos podido ver cómo las “tendencias" noticiosas más ruidosas también nos ofrecen oportunidades únicas para evaluar las acciones del gobierno nacional en las regiones y alimentar debates de fondo con visiones que fortalecen nuestra incipiente e imperfecta democracia. Me refiero al debate entre Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, y el alcalde de Santa Marta, Carlos Pinedo, quienes han expresado visiones distintas en diversos medios en torno a los 500 años de la fundación hispánica.
No parece un despropósito que el ministro de las Culturas de un país pluriétnico y multicultural como Colombia, proponga abrir un diálogo, “una conversación incómoda" en torno a hechos históricos, de ahí el término “conmemoración" (hacer memoria), que hasta hoy se ignoran en los anuncios de la futura “celebración" anunciada por el alcalde, gremios y personalidades samarias.
Las ciudades, igual que la lengua, la religión y la cultura han sido dispositivos históricos de conquista, colonización, de transculturación. Y, también, de aniquilación del distinto, del “Otro". Hablando solo de Occidente, podemos verlo a través de la historia de los imperios griego y romano, que colonizaron territorios mediterréneos de Europa, del norte de África e incluso de las costas peninsulares ibéricas, de Anatolia y del Mar Negro.
En el caso que nos ocupa, no está de más recordar que los pueblos originarios de América, antes de la llegada de los españoles, habían conformado por todo el continente grandes civilizaciones con organizaciones políticas complejas. Sus conocimientos en astronomía, matemáticas, ingeniería, arquitectura, etc. les llevaron a construir grandes ciudades como Teotihuacán, Chichén Itzá, Tikal, Ciudad Perdida o Machu Picchu, por mencionar unas cuantas. El alto grado de desarrollo social de estos pueblos ancestrales se muestra, además, a través del arte, de sus trabajos escultóricos en piedra pero también del preciosismo en la orfebrería, que implicó, además, un dominio ancestral de las técnicas de metalurgia. Tenemos vestigios por todo el continente en museos como el de Antropología de México, el de Arte Precolombino Casa del Alabado en Quito, o en el majestuoso Museo del Oro en Bogotá.
Hay verdades que resultan difíciles de aceptar pero que no podemos esconder. El proceso de conquista de América no fue pacífico. Si algo nos enseña la historia, nos guste más o menos, es que los pueblos que habitaban los distintos territorios americanos fueron sometidos y mermados de diversas maneras por los europeos. Y no solo porque la violencia ha sido, históricamente, la forma en que el animal humano ha conquistado y expandido su poder, sino porque, además, en el caso de América a los indígenas se les consideraba “salvajes", “seres inferiores". Esto fue documentado en tiempo real, en las Crónicas de Indias y en los diarios de los conquistadores. Una de estas formas de violencia -quién lo diría- fue la evangelización, porque a través de ella se colonizó la vida cotidiana, las costumbres, las cosmogonías ancestrales de estos pueblos, satanizándolas y prohibiéndolas. Igual de violenta fue la Trata transatlántica esclavista europea, uno de los mayores dramas de la humanidad, que se prolongó cuatro siglos, contribuyendo a la despoblación y pobreza de África, y desplazando de sus tierras en torno a 15 millones de personas, según estudios de Naciones Unidas. Esta organización conmemora cada 25 de marzo el Día Internacional de Rememoración de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos. Porque recordar lo que duele, también es importante.
Negar lo sucedido es negar la historia misma. Y, “un país sin memoria es igual que un individuo con alzhaimer, no sabe de dónde viene ni a donde va" (Iberarchivos).
Como historiadora estoy convencida de que es deber del ministro Correa contribuir al debate de fondo en torno a una fecha tan emblemática, pero con sus luces y sus sombras. Y, en ese sentido, aplaudimos que desde el Ministerio se haya demandado la Ley 2058 de 2020 (celebración del Quinto Centenario de Fundación de Santa Marta) buscando subsanar la exclusión de las comunidades afrodescendientes en la Comisión Preparatoria de la que, inexplicablemente, no hacen parte.
Que el ministro esté enfrentando la complejidad de este debate, insisto, es una buena noticia para la democracia en un país tan diverso. Esta semana, explicó en La W: “no es sembrar odio sino todo lo contrario, es incluir a otros que no se han incluido (...). Celebrar es festejar. Yo quiero hacer memoria, reconocer que allí sí se produjo una violencia hace 500 años y que hoy, obviamente, tenemos que reconocer que eso pasó para, entonces, sí celebrar lo que somos. Si no reconocemos esas exclusiones, esos odios y esas violencias que se ejercieron en nuestros territorios (...) va a ser muy difícil que nos reconozcamos (...). Una sociedad que quiere vivir en la paz tiene que ser una sociedad preparada para tener estas conversaciones difíciles, complejas.(...) Al conmemorar, abrazamos la esperanza. El país necesita reconciliarse con lo ocurrido, con su historia, que es mucho más compleja. Hay que recordar, es decir, volver a pasar por el corazón".
Para contrarrestar el ruido mediático y contrastar las versiones unívocas, simplistas y edulcoradas de la historia, además de valentía, se necesita conocimiento y sosiego, y una férrea convicción en que la palabra puede ser utilizada, no para ofender al que piensa distinto, sino para proponer una construcción colectiva, en este caso, de un relato al que aún le hacen falta muchas voces.
La paz, además, debe reflejarse en las acciones, en el compromiso político de quienes nos gobiernan. Siguiendo el debate, me sorprendió gratamente asistir virtualmente a la mesa de trabajo del viernes 13 de septiembre que organizó Minculturas con el gobierno de Santa Marta, para trabajar de forma conjunta, articulando las acciones que vienen adelantando alrededor de los 500 años en términos de formación artística, protección del patrimonio material, ecoturismo y otros asuntos. Además, trabajando de la mano de otros ministerios, seguramente contribuirán a que esta conmemoración / celebración sea un buen ejemplo de que los desafíos y las diferencias se pueden convertir en oportunidades cuando existen voluntades políticas. Queda claro, con todo este debate que, más allá de las palabras, “hacer es la mejor forma de decir".
[1] Historiadora y artista cartagenera. Ex directora del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, IPCC.