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Las mujeres que han luchado 52 años para nombrar y defender la vida en Barrancabermeja

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Después de 52 años de actividad y de lucha contra una violencia enquistada, la Organización Femenina Popular sigue rechazando la guerra, orientando a otras mujeres y reclamando sus derechos.

29-03-2025
Mujeres Barrancabermeja

​​​Movilización regional de la OFP, en Barrancabermeja, en los años noventa. ​Fotos: Cortesía Organización Femenina Popular

Por Laura Benítez Martínez 


Primero fueron las ollas y las máquinas de coser 

El calor de la Barrancabermeja de 1972 no era literal. No únicamente. El calor sofocante que se colaba por las claraboyas de las casas se mezclaba con un contexto político caliente: afuera, en las calles, la gente protestaba por sus pésimas condiciones laborales en las petroleras, los bajos salarios, las largas jornadas. Los paros cívicos eran pan de cada día. Y adentro, en las casas, las mujeres estaban sometidas a una violencia física y sexual que se silenciaba. Pero algo empezaba a hervir: un día tocaron a la puerta y una mujer, tímida, oliendo a cebolla, a guiso, abrió. La invitaron a un club de amas de casa. Ella dijo que sí, temerosa de lo que dijera su marido, de salir de esa casa que era su mundo, pero le animaba aprender a coser. 

Esta mujer no es una mujer con nombre, con rostro. Podría ser cualquier mujer de los años setenta en Barrancabermeja, de esas que fundaron la Organización Femenina Popular, una que luego de 52 años tiene más de 2.700 mujeres afiliadas en más de 10 municipios, 8 en Magdalena Medio y 2 en Santander. Pero volvamos al inicio. Una iniciativa de la Pastoral y la Diócesis de Barrancabermeja, de la línea de la teología de la liberación, terminó sacando de las casas a las mujeres. Los clubes de amas de casa se convirtieron en ese escenario en el que ellas fueron desamarrándose los nudos de las muñecas para a reunirse a aprender el oficio de la confección, de la cerámica, a conversar entre ellas, a levantar la voz.  

A mí los curas me sacaron del lodo. Nosotros vivíamos con mi marido y mis hijos en una casita de lata en el barrio El Chicó. Yo ni me imaginaba que uno podía salir sin permiso del marido, pero una monja pasó por la casa y nos convenció de que fuéramos”, dice una de ellas en el libro Vidas de historia: una memoria literaria de la OFP, en el que tejieron esta historia a partir de testimonios de varias mujeres, sin nombrarlas, para no exponerlas. 

Y entre hilo e hilo, entre guijarro y guijarro, estas mujeres fueron conversando sobre sus casas, sus maridos, sus vidas íntimas. Los sacerdotes les hablaban de derechos, de cómo enseñar a las otras mujeres a obtener ingresos propios, de que no debían permitir la violencia física ni psicológica de sus esposos. La organización fue creciendo y las mujeres empezaron a tomar decisiones por sí mismas, a participar de la discusión pública, a levantar la voz para denunciar las atrocidades de los grupos armados. Hacían ollas comunitarias, participaban en política, reclamaban su autonomía. 

Y entonces esa mujer que salió tímida de su casa, que se quitó el delantal para aprender a coser, sintió que quería aprender más, trabajar más por su comunidad, luchar por sus derechos y los de otros. Sintió que no solo debía independizarse del marido, también de los sacerdotes.  

En ese momento fue cuando la Organización Femenina Popular se separó de la Iglesia católica jurídicamente (era 1988). Y empezaron, juntas, un proceso autónomo dirigido a promover los derechos humanos y de género, a hablar de poder popular, a trabajar con los hombres del proceso obrero por los derechos de los trabajadores en las petroleras, a pensar en cómo empoderar a otras, a otros, y en cómo protegerse entre todas de la violencia que acechaba y acecha esa región bañada por las aguas del río Magdalena y la sangre de muchas personas. Ahí comienza una segunda etapa de la organización.Cuando se independizaron de la Pastoral Social les tomó tiempo recomponerse. Algunos de sus maridos estuvieron allí para crecer, junto a ellas. Otros, en cambio, apretaron en la casa porque, sin la presencia de los curas, les daba mala espina lo que sus mujeres buscaban al reunirse”, dice en el libro. 

Esa mujer empezó a tener otra mirada. Una que observaba fijamente a su interlocutor. Una que destellaba gracias a ideas renovadas y revolucionarias. Y entonces los temas cambiaron y los ejes de trabajo también: la economía feminista popular, la formación feminista, la comunicación, la lucha contra la violencia, las redes con otras fueron inquietudes de estas mujeres que crecieron en número y en valentía. Cuando nos independizamos entendimos que las mujeres tenemos otra forma de ver la vida y de construir la paz en los territorios, cuenta Kelly Campo, representante legal de la Casa Museo de la Memoria de la OFP. 

Las ollas con las que al principio cocinaban en sus casas, para sus maridos e hijos, pasó a ser un indio, una olla que daba de comer a todos y a todas. En el año 2000 el ELN propuso el Magdalena Medio como zona de despeje. Entonces, los paramilitares fueron de casa en casa y obligaron a la ciudadanía a “movilizarse contra el despeje”. Escogieron un número de personas por cada casa para que protestaran de seis de la mañana a seis de la tarde. Para mantener a la gente retenida, exigieron, en las Casas de la Mujer de la Organización Femenina Popular, que les prestaran sus ollas, para cocinar y retener a la gente en los parques.  

Las mujeres nos negamos. En cambio, pusimos las sedes a disposición de quienes hacían parte del proceso de la OFP. Las casas se convirtieron en refugio de paso y resistencia durante los tres días, una manera de decir que no estábamos de acuerdo ni queríamos irnos al parque. Llegamos a tener más de 150 personas alojadas en el día en varias de las sedes. Luego, la coordinadora de la OFP del municipio de Puerto Wilches fue amenazada, declarada objetivo militar y tuvo que salir con toda su familia hacia Barrancabermeja como desplazada, cuentan en su página web estas mujeres. ​


Luego vinieron las llaves y las batas negras 

La violencia armada que ha marcado a fuego las casas a lado y lado del río Magdalena afectó desde sus inicios a la organización. De acuerdo con datos de la Comisión de la Verdad, durante los años ochenta, Barrancabermeja fue un bastión de la guerrilla. Una quinta parte del casco urbano era controlada por este grupo armado. Luego, el control de la zona pasó a manos de los paramilitares a partir de la masacre del 16 de mayo de 1998. ​

Barrancabermeja

Jornada de protestas en contra de la violencia armada, en Barrancabermeja.


Esa masacre, la del 16 de mayo de 1998, fue la manera que encontraron los paramilitares (específicamente las Autodefensas de Santander y el Sur del Cesar (Ausac) para decir: estamos aquí, este territorio es nuestro y no nos vamos a ir. La comunidad se reunió esa noche en un bazar para reunir plata que iba destinada a comprar tamboras y vestuario para el grupo de danza del barrio. Un carro pasó recogiendo personas que consideraban aliadas de la guerrilla. Primero mataron a dos, en el parque. Luego subieron a 30 más al carro y las sacaron de la ciudad por la vía a Bucaramanga. Luego, en Patio Bonito, bajaron del carro a 6 personas, entre ellas a una mujer en embarazo; a ella la dejaron libre, asesinaron a los otros 5 y desaparecieron al resto, según datos de la Comisión de la Verdad. 

La única tranquilidad que recuerdo es la de mi infancia: días enteros en el río con mis hermanos. Pero eso duró poco. La infancia nos la quitó la violencia. Tenían nombres distintos, pero eran igual. Hombres armados combatiendo contra hombres armados. Y nosotros en el medio, dice una de las mujeres de la organización en el libro Vidas de historia, una memoria literaria de la OFP. 

En ese momento, pero también en otros anteriores y en otros siguientes, el miedo se extendió por las calles, las plazas, las casas, como se extiende un veneno que deja un halo de pestilencia en todo lo que toca. Las cuentas de la Comisión de la Verdad hablan de 25 personas desaparecidas y 7 asesinadas en ese episodio de 1998.  

La mujer de mirada firme ahora tenía una mirada de rabia, de dolor, de angustia. Pero también una fuerza que no tenía cuando cocinaba, a puerta cerrada, en su hogar. Esa mujer no se quedó callada, inmóvil, no se volvió a encerrar. En cambio, salió a la calle con túnicas negras y ataúdes vacíos para conmemorar a las víctimas. Si la violencia se extendía, ella también lo hacía, abriendo más Casas de Mujeres en otros municipios (en Puerto Berrío, Yondó, San Pablo, Cantagallo, y otras poblaciones de Santander del Sur y del Sur de Bolívar), convocando a otras, haciendo crecer la vida en medio de la muerte. Aunque quisieron invadirla, callarla, inmovilizarla, ella nunca paró. La Coordinadora Popular acordó montar ataúdes vacíos en la avenida del ferrocarril frente a la USO y nosotras, las mujeres de la OFP, sacamos las batas negras y nos pusimos alrededor de cada ataúd. La bata negra es el símbolo de la resistencia, del no rotundo a la muerte, y a la vez una reivindicación de la vida, se lee en la página oficial de la organización. 

En enero de 2001 los paramilitares atacaron de nuevo. Esta vez a las mujeres de la organización en el suroriente de Barrancabermeja. Con sus botas y sus pasos pesados, se hicieron sentir en un comedor comunitario de la OFP. El libro cuenta que uno de los hombres se levantó de la mesa y empezó a observar detenidamente los carteles, las banderas negras con un arma y el símbolo de prohibido, de “no a la guerra”, y le preguntó a una de las mujeres: ¿ustedes por qué hacen eso?”. Y ella respondió: Porque trabajamos en favor de la vida y rechazamos la muerte.  

El hombre de las botas le ordenó entregar las llaves de la casa, para desalojarlas y poner allí un centro de operaciones. Ella no entregó las llaves y de inmediato llamó para informar lo que pasaba. Al instante llegaron líderes de la OFP con representantes de la comunidad internacional y de otras organizaciones sociales de la ciudad. Los hombres tuvieron que irse. “Gracias a ese comedor sus hijos no aguantaron hambre. La Casa de la Mujer era también su casa, y como tal debía defenderla, se lee en el libro. ​

Barrancabermeja

Acto de inauguración al monumento de la Bata Negra.


Con la creación de las Casas de la Mujer, la organización ha rechazado la violencia de las Farc, el EPL, el ELN, la expansión paramilitar en el territorio. Ha reivindicado sus derechos a participar, a ser autónomas, a tener una voz en diversos escenarios. Son espacios físicos de encuentro, pero también nido, hogar, donde se reúnen alrededor del alimento a través de ollas comunitarias, talleres culturales y artísticos. Son refugios de una guerra que ha cambiado de décadas, de formas, de maneras de acechar, pero que sigue haciendo de Barrancabermeja uno de los lugares más violentos de Colombia. Son escuelas, donde enseñan a ser valientes en lo privado y en lo público. 

Pero ese mismo año, en noviembre, los paramilitares insistieron. Y esta vez sí cumplieron su cometido. No se quedaron con la espinita de la negativa a entregar las llaves y ceder los espacios de la OFP, e invadieron la Casa del Norte. A la madrugada del 11 de noviembre de 2001 los hombres con armas destruyeron la casa, la quemaron, y desaparecieron sus escombros. De nuevo, una forma de decir: aquí estamos y aquí nos quedamos. Pero esa mujer, que es todas las mujeres de la organización, no paró. En cambio, se reunió con otras para decir: no estoy de acuerdo con lo que usted hace. Así, luego de la desaparición de la casa, 50.000 mujeres se movilizaron en la Plaza de Bolívar de Barrancabermeja. ​


Y al final: las piedras que suenan y un museo 

Según el Observatorio de Derechos Humanos de la Organización Femenina y Popular, entre 1998 y 2016 se registraron 153 ataques o hechos violentos contra esta organización. “Entre ellos, 4 asesinatos a líderes, desplazamientos, persecución, violación, tortura, ataques al buen nombre y a la estructura política de la organización, un ataque a la emisora (que es la apuesta colectiva de en la actualidad) y a una de las sedes. Actualmente, la cifra ronda los 170 casos, aproximadamente”: dice Carlos Galván, líder de comunicaciones de la organización. El 78% de ellos se presentaron en Barrancabermeja y seguido San Pablo, Cantagallo, Puerto Wilches, Yondó y otros municipios.  

La violencia vino a acechar como un fantasma que se rehúsa a dejar este mundo, el mundo de los vivos. Pero ella no dejó de luchar. Esa mujer que marchaba con otras, con miles, también usaba los símbolos para protestar. Porque si afuera había ruido ensordecedor, ella usaría la sutileza para protestar. En 2005, en el marco del Pare por la Vida, las piedras, que siempre han sido usadas en las manifestaciones para violentar, para golpear, esta vez sonaron por las calles, como si fueran un instrumento musical.  

Tenían una piedra en cada mano, y mientras caminaban, hacían sonar las piedras. La algarabía. Bulla constante. No hubo un minuto de silencio por cada mano sucia ahogando nuestros cuerpos. Por tu hijo. Por cada hijo”, cuenta una de las mujeres de la organización en el libro Vidas de historia, una memoria literaria de la OFP. Y continúa el relato en el libro: 

-¿Y los paras, la policía, los militares? 
-Quietos. Todos quietos. Les debía parecer raro. 
-¿Las piedras? 
-Las piedras. Que no se usaran para lanzarlas contra nadie. 

Las piedras son un símbolo de la organización, como las llaves. ‘Negarse a entregar las llaves’ fue una estrategia para negarles sus casas y sus cuerpos a la guerra, a los hombres, a ese sistema que pretende entrar en nosotras, en nuestros espacios, sin pedir permiso o aprobación. No cerraron ni una Casa de la Mujer, ni un comedor; en cambio, crearon redes y salvaron vidas. Bajo la consigna ‘Es mejor ser con miedo que dejar de ser con miedo’, continuaron con sus actividades de construcción de paz y resistencia. 

"En 2013, después de toda una época de resistencia muy ardua, muy dura, el Estado colombiano le ofrece a la organización la reparación colectiva, reconociendo que por acto y omisión hubo responsabilidad en los más de 160 actos victimizantes que tiene la OFP. Ahí comienza otra parte de nuestra historia, que llamamos la reconstrucción, y producto de ese proceso hoy tenemos también el museo, comenta Kelly Campo, que es hija de una de las líderes de la organización y que desde pequeña ha estado en estas casas, viendo crecer, con ella, el poder femenino. Ahora, ella es la representante legal del museo.  

Uno de los proyectos más importantes de la organización es la Casa Museo de la Memoria de Barrancabermeja. Esa mujer, que ya había marchado, denunciado, abierto casas de la mujer y de derechos humanos, pero que también había sido violentada, desplazada y amenazada, decidió abrir un museo en 2018 para recoger su memoria y no olvidar nunca lo que vieron sus ojos, para resignificar la historia de un territorio que sigue apabullado por la violencia.  

Vino la pandemia y como a otros proyectos, el museo tuvo que pausar sus actividades. Reabrió oficialmente en 2021. El museo resguarda la memoria comunitaria de 52 años de lucha de las mujeres del Magdalena Medio y parte de Santander. Al entrar, podemos ver los símbolos con los que estas mujeres han dicho no queremos más guerra: las ollas, las máquinas de coser, la bandera y las batas negras, las llaves, los pitos, las piedras, y otros. Son más que objetos, son la manera en que estas mujeres cuentan una historia, su historia de lucha feminista, pero también la historia de un río, de unos muertos, de una economía que le quita todo a la tierra y no le devuelve nada. La historia de todos; porque la historia de Barrancabermeja es una historia que se repite en otros pueblos y municipios de Colombia incansablemente.  

La Ruta de la Memoria, un plan pedagógico que busca reconocer los lugares donde ha habido violencia armada y de género, masacres y asesinatos, vino con la casa. La idea de la ruta es hablar de esos lugares y resignificarlos, transformarlos y reflexionar sobre cómo hacer las cosas de manera diferente, cómo lograr que donde antes hubo miedo, dolor, sangre, ahora haya vida. Después de 52 años de actividad, esa mujer sigue rechazando y denunciando la violencia, orientando, reclamando sus derechos y formando a otras.  

Se distinguen tres áreas específicas de trabajo de la organización: el área de derechos cuenta con la Casa de los Derechos Humanos de las Mujeres, desde donde promueven acciones para promover los derechos de las víctimas de violencia estructural. Desde el área jurídica promueven acciones y hacen intervención para orientar a las mujeres víctimas. Y en la escuela de comunicaciones, destacan la labor de liderazgo de las mujeres de la región de una manera comunitaria. La apuesta más reciente es la Emisora Comunitaria La Mohana, donde buscan resaltar ese espíritu femenino de las aguas. 

Las mujeres tenemos una forma diferente de ver la vida, de nombrar la vida y la guerra, y de construir la paz en los territorios, dice Kelly con una voz decidida y firme. 

 *Este proyecto, la Organización Femenina Popular (OFP), es uno de los tantos que forman parte del Pacto Cultural por la Vida y por la Paz, que firmamos el 9 de diciembre de 2023 en Barrancabermeja, en el que participaron 8 municipios del Magdalena Medio: Barrancabermeja, Arenal, Cantagallo, Morales, San Pablo, Santa Rosa del Sur y Simití y Yondó. ​

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